Reciclables, biodegradables y compostables: la apuesta de estas empresas argentinas por envases más sustentables
Utilizan nuevos biomateriales para fabricar empaques y packaging sin plástico. ¿Hay oportunidad en el mercado local e internacional para estos productos?
Cada año, 12 millones de toneladas de plásticos terminan en el mar, lo que equivale a vaciar un camión de basura por minuto, según un informe del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). El trabajo también advierte que de continuar las actuales tendencias de producción y consumo, para 2040, los volúmenes de este material que fluirán hacia el mar se triplicarán, con graves efectos para todos los ecosistemas (no solo marinos) y la salud humana.
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El plástico es ingerido a través de los productos del mar, bebidas e incluso la sal común. Al degradarse, los microplásticos penetran en la piel y pueden ser inhalados cuando están suspendidos en el aire, provocando cambios hormonales, trastornos del desarrollo, anomalías reproductivas y cáncer.
Sin embargo, es posible frenar esta crisis por contaminación plástica a partir de tecnologías y regulaciones ya vigentes. En el documento “Cerrando el grifo: Cómo el mundo puede terminar con la contaminación por plástico y crear una economía circular”, el PNUMA traza una hoja de ruta para “reducir hasta en un 80% el volumen de plásticos que termina en vertederos y océanos”. El plan se basa en medidas como: la quita de subsidios a la producción de envases con plástico virgen (proveniente del petróleo), la prohibición de plásticos de un solo uso o compuestos difíciles de reciclar, el impulso a la reutilización y el reciclado, y el desarrollo de nuevos biomateriales que puedan degradarse o compostarse sin provocar daños al ambiente y la salud de las personas.
La Unión Europea, en el marco del Green Deal (Pacto Verde), implementó desde enero de este año un impuesto especial sobre los envases de plástico no reutilizables, con el fin de impulsar la economía circular y los nuevos biomateriales. Esto genera un desafío y a la vez una oportunidad para empresas que deseen exportar productos hacia ese mercado. Y en este camino de innovación para el desarrollo de envases y productos sustentables, ya hay varias empresas argentinas anotadas.
Del problema a la solución
La firma misionera Plastimi, dedicada desde 1972 a la producción de bolsas plásticas y envases flexibles para la industria, comenzó hace seis años a incursionar en la producción de packaging compostable y biodegradable a partir de bioplásticos de origen vegetal.
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El empresario sub 35 Nicolás Guelman (tercera generación al frente de esta pyme familiar) fue quien impulsó la idea de desarrollar la nueva línea de bolsas y envases Biterra, basadas en almidón de maíz, que se degradan en el compost doméstico a los 180 días, convirtiéndose en abono para los suelos y plantas.
“Viendo los problemas ambientales que genera el plástico, pensé que la empresa no tenía futuro, y empecé a investigar algunas soluciones”, comenta Guelman. “Hay alternativas como el papel, el vidrio y el aluminio, pero el bioplástico gana cada vez más lugar, porque mantiene las ventajas del plástico como la resistencia, flexibilidad y aislación de humedad y contaminantes, pero no genera residuos al final de su vida útil, sino que vuelve a la tierra en forma de nutrientes”, destaca.
“Para fabricar envases y bolsas con bioplásticos no se requiere cambiar las máquinas, pero hay que adaptar los procesos productivos y hacer una curva de aprendizaje”, sostiene el emprendedor.
“La materia prima que usamos es importada, y tuvimos muchos inconvenientes para poder traerla, lo que frenó nuestra producción en la primera parte del año”, confiesa. “Apostamos a desarrollar proveedores locales, y para esto estamos hablando con productores de maíz y trabajando con las Universidades de Buenos Aires, de San Martín y otras instituciones para ensayar aquí los desarrollos. Argentina es un gran productor de alimentos y fabricar aquí los bioenvases permitirá sumar valor a la producción agrícola y posicionarnos en mercados, como el europeo, que está muy enfocado en la sustentabilidad”.
La firma también desarrolló junto a Ledesma un envase flexible de papel con bioplástico que se puede compostar, y es utilizado por algunas empresas como Mate Rojo, exportadora de yerba mate.
Entre sus clientes figuran grandes compañías, laboratorios, municipios como el de Rafaela, en la provincia de Santa Fe, que organizó una compra conjunta de bolsas tipo camiseta para los supermercados de la ciudad; y también emprendedores como Compostáme y Erres.Bio, que producen envases y bandejas de alimentos compostables.
Uno de los obstáculos para un mayor uso de este tipo de embalajes sustentables es el costo. “Cuando empezamos la diferencia de precio era cinco a uno entre bioplástico y plástico convencional y hoy estamos en un dos a uno”, apunta Guelman.
Actualmente, la línea Biterra representa un 10% de la producción de Plastimi, pero está creciendo en la medida en que más empresas, sobre todo de alimentación y cosmética natural, demandan este tipo de packaging.
Reciclable, biodegradable y compostable
A esta altura, conviene aclarar algunos términos. Que una bolsa o envase sea “reciclable” (usualmente tienen un símbolo con flechas circulares y también un número que indica el tipo de plástico con que fue confeccionado), no implica que vaya a ser efectivamente “reciclado”. Para que esto ocurra, no debe tratarse de un material compuesto (son más difíciles de separar y reciclar), y debe ser separado en origen y colocado, limpio y seco, en una bolsa verde o contenedor destinado al reciclaje.
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Según un reciente estudio de Greenpeace, solo el 15% de los plásticos que se producen anualmente en el mundo se reciclan. En Argentina, se recicla un 14%, según datos de Ecoplas, entidad especializada en el uso sostenible del plástico, que está impulsando junto al INTI un sello indicador del porcentaje de plástico reciclado que contiene cada envase.
En los últimos años, surgieron algunos términos en la industria para hablar de “envases sustentables”. Pero este adjetivo puede ser engañoso. En primer lugar, decir “envases “degradables” no significa hablar de envases biodegrabables. Los plásticos tradicionales (derivados del petróleo) podrían eventualmente sufrir degradación, por factores físicos (como la luz o la temperatura) y químicos (producto de la combinación con algún compuesto en el ambiente). A lo largo del tiempo (cientos y hasta miles de años), los plásticos se parten y liberan pequeñas partículas (microplásticos y nanoplásticos según su tamaño), que resultan contaminantes y nocivas para la salud”, explica la bióloga y ecóloga Irene Wais.
El término “biodegradable” significa que el material, de origen biológico o producido en la industria por métodos biológicos, tiene la posibilidad de ser degradado por hongos y bacterias de la putrefacción. Y compostable implica que al enterrarse, el material libera nutrientes al suelo gracias a esa misma descomposición biológica.
Un término muy diferente es “Oxi-degradable u Oxo-degradable”. A estos materiales le agregan aditivos que aceleran el proceso de degradación física y química al fraccionarse en pequeñas partículas que contaminan los cursos de agua. Si son ingeridos por animales y por las personas, ponen en peligro la salud humana y ambiental”, advierte la especialista.
Innovaciones que reemplazan al telgopor
Fungipor es un bio-packaging en base a hongos y otros residuos agrícolas desarrollado por la bióloga salteña Ayelén Malgraf. “La idea nació desde el Emprendimiento Hongos del Valle donde junto a mi socio Roberto Gómez Faure cultivamos hongos comestibles. En 2018, observando que al final del cultivo, quedaban estructuras muy resistentes, comenzamos a investigar y hacer pruebas de este biomaterial, como alternativa a los plásticos de un solo uso y el telgopor”, cuenta la emprendedora.
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Entre sus ventajas,” es aislante, ignífugo (con baja velocidad de combustión), liviano, resistente al agua, biodegradable y compostable. Si se lo entierra, se degrada en el suelo en 45 días”, explica Malgraf.
Actualmente la firma, desde la localidad de Cerrillos (a 20 km de Salta Capital) produce embalajes para vinos, perfumes y otros productos de cuidado personal; y también macetas, esquineros y cuencos de diseño. “Los costos son competitivos con respecto a los de otros materiales convencionales, e incluso las matrices son más económicas que las que se usan para el telgopor”, afirma la bióloga.
En tanto, el grupo HZ fabricante de packaging, lanzó potes, vasitos y cucharas para helados biodegradables. Se trata de envases aptos para el contacto directo con alimentos; son livianos, no contienen blanqueadores y poseen un tratamiento antihumedad y antigrasa. Una vez usados, se degradan en 180 días.
Estos productos, “a diferencia de los potes de polipapel y vasos plásticos, son fabricados en cartulina con barrera antihumedad, sin laminados plásticos siendo una alternativa biodegradable y reciclable”, destacan en la compañía, que actualmente está desarrollando bandejas, recipientes y cubiertos del mismo material.
Envases sin ley
Más allá de los esfuerzos para lograr un packaging sustentable, Argentina es uno de los pocos países de la región que aún no cuenta con una Ley de Envases que regule el destino final de lo que hoy constituye cerca del 60% de la basura hogareña, según datos del Informe del Estado del Ambiente.
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Desde hace 20 años se vienen presentado proyectos. En 2021, organizaciones sociales y ambientales presentaron al congreso un Proyecto de Ley de Envases Con Inclusión Social que promueve la responsabilidad extendida del productor, incluyendo todo el ciclo de vida de los envases y no solo la fase posconsumo.
La iniciativa logró media sanción en Diputados, pero no fue tratada en el Senado. Entre sus lineamientos, incluye a cartoneros y cartoneras como protagonistas, establece directivas para generar menos residuos, eliminar la producción de envases no reciclables y el uso de sustancias tóxicas.
También propone una tasa o impuesto por la generación de cada nuevo envase, destinado a programas de educación y reciclado, y a mejorar las condiciones de trabajo en las cooperativas de recicladores.
Pero se diferencia de otras propuestas, en que el manejo de los fondos y la toma de decisiones queda en manos del Estado, y no de las empresas. Este es justamente uno de los puntos controvertidos del proyecto que aún no logró avanzar hacia una ley.