Furor por las Labubu: el costado oculto (y poco verde) del juguete que todos quieren
Las muñecas arrasan en redes sociales y tiendas online, pero detrás del fenómeno coleccionista hay un modelo de consumo que preocupa a expertos.
Desde Rodrigo De Paul hasta Wanda Nara, los famosos e influencers se subieron a la moda de las coloridas muñecas de peluche Labubu, que están arrasando en redes sociales y plataformas de comercio electrónico en todo el mundo.
Sin embargo, detrás del fenómeno viral se esconde un modelo de consumo que podría ser insostenible, advierte una experta en comportamiento del consumidor de la Universidad de Guelph.
Qué son las muñecas Labubu
Estas figuras nacieron en 2015 como parte de la línea The Monsters de la marca Pop Mart, una empresa china especializada en juguetes de diseñador a cargo de Wang Ning.
Labubu, en particular, es un personaje de orejas largas y expresión traviesa creado por el dúo de artistas How2Work y Kasing Lung, y se vende principalmente en cajas cerradas (conocidas como blind boxes) que no permiten saber qué muñeco contiene cada una.
Actualmente hay más de 300 variaciones, disponibles en diferentes tamaños y también se vende la ropita para que puedas ir cambiándole cuando quieras a la Labubu.
Solo en Argentina, entre abril y junio de este año se vendieron más de 16.000 productos asociados a los Labubu en las tiendas online que venden a través de Tiendanube. ¿Cuánto salen? Entre $13 mil y $35 mil pesos, de acuerdo al modelo y al lugar.
Por qué son muñecas poco sustentables
“El comprador no sabe qué muñeca Labubu le va a tocar hasta que abre la caja, por lo que cada compra se convierte en una pequeña apuesta”, explica en esta nota la doctora Jing Wan, profesora en la Gordon S. Lang School of Economics, especializada en consumo emocional, ético y sustentable.
Y suma: “La incertidumbre y aleatoriedad de la recompensa activa una respuesta de dopamina que refuerza el comportamiento de compra”.
Este mecanismo de sorpresa -alimentado por unboxings virales en TikTok y YouTube- potencia el deseo de acumular figuras y contribuye, según Wan, a una dinámica de consumo compulsivo. Muchos compradores adquieren varias unidades con la esperanza de obtener la muñeca deseada. “Esto lleva a una sobrecompra que no responde a una necesidad, sino al diseño mismo de la experiencia del producto”, advierte.
El problema no es sólo económico, sino ambiental: cuanto más se compra, más se produce.
Y cuando la figura obtenida no es la esperada, el packaging -y a veces el propio muñeco- puede terminar descartado. “El modelo de blind box fomenta una mentalidad descartable, que prioriza la novedad y la emoción por encima de la sustentabilidad”, concluye Wan.