Crece la basura espacial: más de 40.000 objetos orbitan la Tierra y amenazan a los satélites
Estos desechos alrededor de la Tierra son un problema para la seguridad de las misiones espaciales y servicios clave como el GPS y el monitoreo climático.
Cada día, al menos un objeto proveniente del espacio ingresa en la atmósfera terrestre y cae sobre nuestro planeta, un fenómeno que mantiene en alerta a científicos y organismos internacionales. Estos eventos pueden ocurrir en cualquier punto del globo, tanto en áreas rurales como urbanas, y reflejan una creciente preocupación por la basura espacial. El monitoreo de estos incidentes y el estudio de su frecuencia se han convertido en aspectos clave para garantizar la seguridad y la sostenibilidad de las actividades humanas en el espacio.

En los últimos años se registraron numerosos episodios. Fragmentos de satélites y cohetes han caído en regiones como Texas, Australia Occidental y Florida. Según la cadena Deutsche Welle (DW), el caso de Ann Walter en Texas evidencia un fenómeno cada vez más común: la caída de grandes piezas desde gran altitud. Aunque el objeto involucrado pertenecía a la NASA y no era basura espacial, el hecho pone de relieve la saturación que están alcanzando las órbitas terrestres.
La acumulación de restos metálicos se hace visible en sucesos recientes: mineros australianos hallaron un tanque de cohete chino en una carretera, mientras que en Florida una pieza desprendida de la Estación Espacial Internacional perforó el techo de una vivienda. También en Canadá se descubrió un fragmento de 45 kilos de una cápsula de SpaceX. Los reportes se multiplican y ya incluyen casos en países como Argentina, donde los restos aparecen en campos, caminos y zonas agrícolas.
Jonathan McDowell, astrofísico del Smithsonian Institute, estima que actualmente al menos un objeto por día impacta o atraviesa la atmósfera terrestre. La Agencia Espacial Europea (ESA) respalda esta preocupación: sus sistemas de vigilancia rastrean cerca de 40.000 objetos, de los cuales unos 10.200 siguen activos.
Sin embargo, las cifras reales podrían ser aún mayores. La ESA calcula la existencia de unos 50.000 fragmentos de más de diez centímetros y más de 130 millones de partículas de un milímetro o más, orbitando a gran velocidad alrededor del planeta. Según Tiago Soares, de la Oficina de Espacio Limpio de la ESA, un fragmento de apenas un centímetro puede liberar tanta energía como una granada de mano y dañar gravemente un satélite o una nave.

La congestión en la órbita baja ya afecta el funcionamiento de las misiones espaciales. De acuerdo con DW, SpaceX realizó más de 144.000 maniobras evasivas en la primera mitad de 2025, una cada dos minutos, para evitar colisiones. Estas operaciones consumen combustible, reducen la vida útil de los equipos y ponen en riesgo servicios esenciales como el GPS, el monitoreo climático o la gestión de emergencias.
El material de los artefactos también influye en su destino: muchas naves modernas están fabricadas con compuestos ligeros cuyo comportamiento durante la reentrada aún no se comprende del todo. Aunque en teoría la mayoría debería desintegrarse antes de llegar al suelo, la frecuencia creciente de caídas demuestra que ese proceso no siempre ocurre como se espera.
Aunque los restos espaciales caen con relativa frecuencia, los expertos coinciden en que el riesgo para las personas sigue siendo extremadamente bajo. Según Deutsche Welle (DW), la probabilidad de que un ser humano sea alcanzado por un fragmento es 65.000 veces menor que la de recibir el impacto de un rayo y 1,5 millones de veces inferior a la de sufrir un accidente doméstico mortal. Incluso es más probable ser golpeado por un meteorito.
El verdadero peligro, advierten los especialistas, no radica en los impactos aislados, sino en el efecto acumulativo: el exceso de desechos podría desencadenar el llamado síndrome de Kessler, una reacción en cadena de colisiones capaz de inutilizar zonas enteras de la órbita terrestre.
Josef Aschbacher, director general de la Agencia Espacial Europea (ESA), advierte que esta situación amenaza con limitar el uso del espacio exterior para fines esenciales. Entre el 70% y el 80% de los datos relacionados con el medio ambiente y el clima provienen de satélites; sin ellos, se vería comprometida la vigilancia de incendios, erupciones volcánicas o inundaciones en tiempo real.
Ante este escenario, las agencias espaciales comenzaron a actuar. Según DW, la ESA prepara para 2029 la misión ClearSpace-1, que empleará brazos robóticos para retirar un satélite en desuso. En paralelo, compañías privadas como Astroscale y ClearSpace desarrollan sistemas para capturar y retirar objetos, aunque las soluciones tecnológicas siguen siendo costosas y complejas.
Otros proyectos, como ALBATOR, buscan emplear haces de iones para desviar desechos sin contacto físico, mientras que Starlink y otras empresas recurren a la inteligencia artificial para reducir el riesgo de colisiones. Sin embargo, la eficacia de estos métodos depende de la capacidad de maniobra de los equipos en órbita.
El marco legal también representa un desafío: cada fragmento sigue perteneciendo al país que lo lanzó, incluso si causa daños o riesgos en el espacio o en la Tierra. Para abordar este problema, la ESA promueve acuerdos internacionales de “cero residuos”, firmados por varios países, con la meta de eliminar por completo la basura espacial hacia 2030.
Aun con estos avances, el crecimiento acelerado de las megaconstelaciones y el continuo lanzamiento de nuevos satélites complican la tarea y refuerzan la urgencia de coordinar esfuerzos globales.
La sostenibilidad y la seguridad del entorno espacial dependen, en última instancia, de la cooperación internacional, la innovación tecnológica y la creación de normas claras que permitan gestionar y reducir los residuos orbitales antes de que sea demasiado tarde.















