Así es Campanópolis, la aldea de fantasía construida con residuos y material reciclado
La localidad de González Catán encierra un verdadero tesoro con torres medievales, casas de cuentos de hadas con escaleras y ascensores que "llevan al cielo". Conocé la historia de Antonio, su fundador.
Una calle cualquiera en González Catán, populoso barrio suburbano. Veredas rotas y perros sueltos. Un largo paredón y un portón de hierro con la leyenda, en letras góticas: Bienvenidos a Campanópolis.
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Detrás de la garita de seguridad, el camino de tierra bordea una laguna artificial (en realidad, una tosquera) y lleva a una insólita aldea de fantasía. Torres medievales, casas de cuentos de hadas con puertas en el techo a dos aguas, escaleras y ascensores en el pasto que no llevan más que al cielo, un antiguo silo inclinado como la torre de Pisa, pasadizos que parecen infinitos, calles empedradas, un bosquecito de sauces y hasta un helipuerto.
Todas las construcciones fueron hechas sin planos, y con materiales rescatados de demoliciones de obras. La aldea en sí, es un monumento al reciclado.
Parece un parque de Disney. Y está en el corazón del conurbano. Cuando su fundador, el empresario Antonio Campana, compró el terreno en los años 70 para edificar allí su pequeña ciudad de ensueño, el predio, de 200 hectáreas, era campo abierto.
Hoy, el espacio quedó en medio de la urbanización de González Catán. Solo una pequeña parte está edificado (donde funciona la Aldea), y el resto es un inmenso pulmón verde con más de 100 mil árboles, gran cantidad de especies vegetales autóctonas y de aves silvestres, que funciona como una auténtica reserva natural lindera a los bosques de Ezeiza.
“La idea de abrirlo al público se fue dando de a poco. Algunos conocidos nos preguntaban si podían venir a hacer fotos o celebrar su cumpleaños Y así se fue difundiendo de boca en boca la existencia de esta aldea mágica en medio del conurbano”, cuenta Oscar Campana, hijo del fundador y actual administrador de Campanópolis a Economía Sustentable.
“Por un lado, ofrecer el espacio para visitas, filmaciones y eventos nos permite mantenerlo, y por otra parte, está bueno que las personas conozcan esta obra que dejó mi padre como legado”, destaca y comenta que una de las actividades más destacadas son las visitas para escuelas.
“Cuando vienen grupos de chicos, hacemos charlas en las que contamos la historia del lugar y también hacemos hincapié en la importancia de cuidar este espacio natural, no tirar basura, y reutilizar los materiales. Aquí se han rescatado objetos con valor histórico, y esculturas que iban a ser fundidas para venderse como metal fueron restauradas y puestas en valor”, comenta el administrador de Campanópolis.
La historia de un sueño
Cuentan quienes conocieron a Antonio Campana (1933-2008) que era soñador y obstinado. Nacido en Avellaneda e hijo de inmigrantes italianos, Antonio no era ingeniero ni arquitecto (sólo cursó hasta sexto grado), pero le gustaba dibujar y tenía una enorme imaginación.
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Todas las construcciones, calles y pasadizos de Campanópolis fueron ideados por él. Durante años se dedicó a recopilar materiales de construcción en remates y demoliciones. Y no andaba con medias tintas. Si había una subasta, pagaba y se llevaba todo el lote. Cada material y cada objeto le servía para construir su sueño. Así ponía portones en los pisos superiores, o reutilizaba manijas de ataúdes como sujetadores de cortinas.
Una vez demolieron un cine, y Antonio compró todas las hileras de butacas, la tarima y el telón. Hoy están en un edificio que hace las veces de auditorio, donde suelen comenzar las visitas guiadas para turistas y escuelas.
Pero no fue fácil para el fundador de Campanópolis llevar a cabo su sueño. En 1978, el terreno fue expropiado por el CEAMSE, organismo creado durante la dictadura para gestionar y disponer los residuos de la Ciudad de Buenos Aires y el Área Metropolitana, y convertido en un basurero para “relleno sanitario”.
Durante casi una década, Campana, -que se había convertido en un próspero empresario al transformar un pequeño almacén de barrio en un autoservicio mayorista con planta propia de envasado de alimentos-, batalló en la justicia durante casi una década para que le fuera devuelto el predio.
Finalmente esto ocurrió, cuando Campana cumplió 50 años. Pero la feliz noticia resultó empañada por un diagnóstico de cáncer. Sin embargo, lejos de dejarse vencer, el emprendedor decidió dar un vuelco a su vida y dejar sus empresas (en las que había trabajado incansablemente desde los 23 años), para dedicarse a edificar su sueño.
La primer tarea fue limpiar el terreno de basura, incluyendo la tosquera (que es en realidad, un pasivo ambiental, porque son enormes pozos de donde se extrae un material de construcción, llamado “tosca”, que luego se inundan con agua de napas freáticas, usualmente contaminada).
Él mismo trabajaba a la par de obreros y constructores, poniendo cada ladrillo y cada piedra en su aldea de fantasía. Y, contra el pronóstico de sus médicos, vivió 25 años más, con lo que pudo ver y disfrutar de su sueño cumplido.
Atractivo turístico y patrimonio natural
Campana falleció en 2008, y desde entonces su familia gestiona el predio, que está abierto al público para visitas turísticas y educativas (en el caso de escuelas), con reserva previa La entrada cuesta $ 1.000.
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También funciona como escenario para distintos eventos: desde producciones de fotos para moda, hasta publicidades y películas (parte de la serie Chiquititas, se filmó allí), eventos empresariales, cumpleaños y casamientos (un conocido DT de fútbol realizó su fiesta de bodas allí, y una célebre conductora de TV hizo lo propio para su cumpleaños).
Ricos y famosos llegan al predio directamente en helicóptero, y el resto de los mortales pueden hacerlo en auto, bicicleta o colectivo.
El lugar tiene, además de su atractivo turístico y patrimonio natural, un pasado histórico más que interesante.
Según el historiador Alfonso Corso, -interpretando los relatos del alemán Ulrico Schmidl, quien llegó con la expedición de Don Pedro De Mendoza en 1536-, donde hoy se ubica Campanópolis, en la confluencia del arroyo Morales con el río Matanza, se efectuó la primera fundación de Buenos Aires. Por eso en la aldea se encuentra a modo de homenaje “El Palo de la Justicia”, en recuerdo de esa gesta fundacional.
Corso afirma que, posteriormente estas tierras pertenecieron a Don Juan Manuel de Rosas, quien mandó a edificar allí una casona que data aproximadamente de 1840, donde funcionó el casco de estancia.
Esta construcción característica de la época, en forma de “ L”, con paredes de adobe de unos 60 centímetros, troneras por donde sus habitantes sacaban las escopetas para defenderse de los malones o los unitarios enemigos del caudillo federal y un sótano que era utilizado como refugio, es la única que no fue diseñada ni construida por Campana.
Naturaleza, fantasía e historia, hacen de Campanópolis un lugar digno de visitar, a solo 40 minutos del Obelisco.