Microplásticos: ¿Qué impacto pueden generar en la salud?
Un estudio reciente señala que en promedio una persona podría ingerir aproximadamente 5 gramos de plástico cada semana, el equivalente al peso de una tarjeta de crédito.
Un informe elaborado por la universidad australiana de Newcastle para WWF, indica que cada semana ingresan en el organismo unos 5 gramos de plástico, lo que pesa una tarjeta de crédito o el tapón de una botella, resalta el medio El País.
Por lo tanto, de manera alarmante, los microplásticos están en todas partes. Hasta en la lluvia y en el aire que respiramos.
¿Cómo se generan? Por un lado, está el plástico del mar (polietileno –PET–, polipropileno y nylon), y, aunque hay una parte que procede de la actividad pesquera (millones de redes yacen en los fondos marinos), principalmente, el 80% lo generan actividades en tierra firme.
El plástico, al llegar al mar, sufre la degradación bajo la luz solar y la erosión constante de las olas, de esta manera se reduce los plásticos primero, a lo que se conoce como lágrimas de sirena, unas bolitas que suelen ser de un blanco lechoso semitransparente (el color de la mayoría de las botellas), de apenas 5 milímetros o menos de diámetro; después a microplásticos (fragmentos menores de 5 mm que llegan a alcanzar dimensiones inferiores a 1 micrómetro); finalmente, se convierten en nanoplásticos, que son indetectables para el ojo humano, tan pequeños que los sistemas que depuración no son capaces de retenerlos.
Estos fragmentos acaban, por el ciclo del agua, del viento y de la cadena trófica, en la lluvia, en el hielo ártico, hasta llegar a la comida y el agua que consumimos. Ya que también esta en el agua embotellada. Se estima que en un litro de la envasada hay una media 10,4 partículas plásticas de entre 0,1 milímetros y 100 micrones.
También puede ingresar por el consumo de marisco, según un estudio de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria de 2016, reconoció la presencia de nanoplásticos en la pared intestinal y otros órganos de los moluscos, aunque la Unión Europea estima que “solo una fracción diminuta puede penetrar profundamente en los órganos y que nuestra exposición a toxinas por medio de este contacto es baja”.
¿Qué ocurre en el organismo? Si su tamaño supera los 150 micrones, irán directas a las heces. Con menos de 110 micrones, pueden colarse en el torrente sanguíneo. Y las menores de 20, logran penetrar en los riñones o el hígado. Pese a esta evidencia, no hay estudios científicos concluyentes de sus efectos sobre la salud humana, pero se ha visto los efectos en la fauna silvestre.
Con respecto al origen, todos producimos desechos plásticos cada vez que metemos ropa sintética en la lavadora. Se calcula que cada año un millón de toneladas de nanofibras de acrílico y poliéster se desgajan durante los ciclos y acaban en las aguas residuales. La mitad de ellas eluden los sistemas de tratamiento y acaban vertidas a acuíferos y mares.
No lavarla no es una opción mucho mejor: la propia fricción durante su uso provoca que parte de esas fibras sintéticas acaben en el aire. Un estudio de 2016 calculó que cada año entre 3 y 10 toneladas de fibras sintéticas llegan a París llevadas por el viento.
Asimismo, las pinturas plásticas, ya sean para pintar el salón de casa o para las marcas viales, también contaminan (se calcula que el 10% de los microplásticos en los océanos procede de esa fuente). Y cada 100 kilómetros, un coche produce más de 20 gramos de polvo de estireno-butadieno que proviene de sus neumáticos.
El gran problema del plástico es que tarda entre 150 y 1.000 años en descomponerse. Por lo tanto, se deben encontrar materiales alternativos que se deshagan con el tiempo.
En esta camino, hay experimentos interesantes con proteínas de seda de araña o como el ‘aircarbon’, un biomaterial producido a partir del CO2 del aire, microorganismos y sal marina.
La microbiología también pone su grano de arena. Ya hay trabajos de laboratorio con gusanos y bacterias como la Ideonella sakaiensis, capaces de acelerar la degradación del plástico, informa El País.