Opinión: eco-parálisis, cómo combatir el síntoma provocado por la crisis ambiental de esta década
Por Joaquin Giron, voluntario en el eje de Administración Sustentable del Centro GEO, de la UBA, y Licenciado en Administración de Empresas, en UADE.
Está claro que en nuestro consumo diario utilizamos diversos recursos (dinero, tiempo, alimentos, tierra, agua, entre muchos otros), pero ¿conocemos realmente el impacto de todas nuestras acciones?
Esta es una pregunta recurrente y está generando una tendencia emocional y psicológica muy reciente en la sociedad, que es el fenómeno de la Eco-parálisis.
Luego de la pandemia del Covid-19, se desató una creciente ola de información sobre temáticas ambientales y sociales que dejaban en evidencia muchos de los problemas que aquejan al mundo.
Los difusores son principalmente las redes sociales, documentales y películas, noticieros televisivos, webs e incluso el activismo proveniente de diversas organizaciones, especialmente de las Organizaciones No Gubernamentales.
Si bien este auge es positivo en muchos sentidos, ya que genera visibilización, sensibilización e involucramiento, viralización de contenidos, entre otras cosas, también puede ser muy contraproducente para nuestra salud mental en caso de ser comunicado de manera errónea.
Uno de estos efectos negativos es la eco-parálisis. En estudios respaldados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en su área de “Cambio Climático y Salud”, en conjunto con la American Psychological Association, el filoso ambientalista Glenn Albrecht en el año 2011 definió el término “eco-parálisis” (eco-paralysis) como la sensación de que el impacto individual de uno no tiene un alcance suficiente para ayudar a solucionar una problemática ambiental mayor, activando trampas de defensa mentales que solo alientan la inacción.
Esto a su vez puede generar efectos secundarios como tristeza y depresión profunda, ira, ansiedad y tensión en relaciones sociales, y desesperación e impotencia respecto del futuro, provocando una visión cortoplacista y de sobrevivir en el hoy. Esto no hace más que agravar la situación, y crear desinterés e inacción en la sociedad.
Para revertir esto, las acciones de comunicación sobre estas temáticas deben tomar un giro radical y usar nuevas estrategias basadas en la evidencia que brindan las ciencias ambientales, la psicología y la neurociencia.
En primer lugar, se debe hacer énfasis en comunicar activamente esperanza, y enfocarlo en acción. Por ejemplo: fomentar buenos hábitos como reciclar; no consumir plásticos de un solo uso; incluir dietas vegetarianas o veganas;consumir productos locales y de temporada; usar medios de transporte sostenibles (bicicletas, patines, transporte público o autos eléctrico); compartir historias y sucesos positivos; dar ejemplos de mitigación y adaptación a los problemas de una manera visual y gráfica y ofrecer opciones de involucramiento directo como participación en comunidades, voluntariados o campañas de donaciones.
Además, para complementar el efecto de estas comunicaciones es importante ofrecer transparencia y confianza. Se deben citar fuentes y chequear la veracidad de la información, dar soporte en imágenes y testimonios, adquirir certificaciones y avales institucionales o de profesionales.
También innovar utilizando las nuevas tecnologías de Blockchain y procesamiento de datos en la nube para brindar más seguridad y disponibilidad instantánea.
En cuanto a las iniciativas ambientales de las empresas, el público en general mantiene cierta sensación de desconfianza aun. Variadas industrias vienen incurriendo en prácticas muy poco éticas desde hace largos años, como disociar los insumos con el producto final, utilizar métodos de producción dañinos para el medio ambiente, esconder prácticas laborales precarias y procedencia de los proveedores, crear productos perjudiciales para la salud, e incluso realizar eco-blanqueo (o en inglés, greenwashing) mediante publicidad y marketing engañoso de productos o servicios que se ofrecen como respetuosos del ambiente.
Sin embargo, esta mentalidad está comenzando a cambiar gracias al impulso del consumo consciente y sustentable, que consiste en conocer el impacto de los productos y servicios que adquirimos. Por lo tanto, una medida muy efectiva contra la eco-parálisis y en la que se está empezando a profundizar es la medición y gestión de impacto en la producción de bienes y servicios de las organizaciones.
Ya se sumaron a esta práctica tanto empresas de reconocimiento mundial como PyMEs, muchas de ellas incluso adquieren certificaciones que validan sus esfuerzos ambientales (Empresa B, Climate Neutral Certified, Normas ISO o IRAM, entre otras).
Para concluir, podemos ver que las alternativas que inspiran al involucramiento y a la acción en temáticas sociales y ambientales son cada vez mejores. Su alcance e impacto es mayor, la accesibilidad y facilidad de uso es muy amigable con todo tipo de usuarios, y la confianza y transparencia que brindan son verificables y reconocibles por prestigiosos organismos.
Entonces, ¿vamos continuar con esta parálisis o vamos a trabajar por mejorar el mundo mediante una acción a la vez?