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Impacto ambiental

La reconocida ciudad argentina que es pionera en la lucha contra las bolsas plásticas

Esta medida se enmarcó dentro de la ley provincial 13.868, ya adoptada por otros distritos como Patagones, Punta Alta, Tornquist y Monte Hermoso.

En 2015, Bahía Blanca marcó un hito ambiental al convertirse en una de las primeras ciudades de la región en prohibir el uso de bolsas plásticas tipo «camiseta», reemplazándolas por alternativas más sostenibles. Esta medida se enmarcó dentro de la ley provincial 13.868, ya adoptada por otros distritos como Patagones, Punta Alta, Tornquist y Monte Hermoso.

Bahía Blanca es una ciudad pionera en la concientización del no uso de bolsas plásticas

La ordenanza local fue fruto de un trabajo conjunto entre el municipio, el instituto Plapiqui (UNS–Conicet), grandes cadenas de supermercados y organizaciones no gubernamentales, que impulsaron la iniciativa con una visión compartida: reducir el impacto ambiental de los residuos plásticos. La urgencia de la medida quedaba clara ante un dato alarmante: en Bahía Blanca se descartaban cerca de 3,5 millones de bolsas de plástico por mes, muchas de las cuales terminaban en la vía pública o en espacios naturales, con un tiempo estimado de degradación superior a los cien años.

Una crisis global con consecuencias locales

El caso de Bahía Blanca refleja un problema de escala planetaria. Las bolsas plásticas son uno de los productos descartables más utilizados y desechados en todo el mundo. Lo que parece un uso inofensivo -una bolsa para llevar una compra que dura apenas 12 a 15 minutos en nuestras manos- se transforma en un residuo persistente que puede permanecer siglos en el ambiente: entre 150 y 300 años, e incluso hasta 500, según algunas estimaciones.

El auge del plástico trajo consigo una enorme practicidad, pero también generó una fuerte dependencia a objetos de un solo uso, producidos a bajo costo y con escaso control de su destino final. Actualmente, más del 50% del plástico fabricado a nivel mundial está diseñado para ser descartado después de un solo uso.

Más del 50% del plástico es de un solo uso y se descarta

Las consecuencias de esta cultura del descarte son visibles no solo en los ecosistemas -donde afectan la fauna, contaminan suelos y cursos de agua-, sino también en la salud humana y en los costos económicos asociados a la gestión de residuos.

Según datos de la ONU, entre las décadas de 1970 y 1990 la generación de residuos plásticos se triplicó. Para el año 2000, la producción total superaba la suma de lo generado en los 40 años anteriores, consolidando una tendencia alarmante que hoy sigue creciendo.

Un impacto que no se ve, pero que deja huella

El uso masivo de bolsas plásticas tiene consecuencias ambientales profundas y persistentes. Su fabricación requiere grandes cantidades de recursos no renovables como petróleo y gas, lo que contribuye al agotamiento de materias primas y al aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero. Pero el daño no termina ahí: al degradarse, estas bolsas liberan microplásticos, partículas diminutas que pueden ingresar al cuerpo humano por inhalación o absorción, y acumularse silenciosamente en órganos vitales.

Su ligereza, una de sus aparentes ventajas, las convierte en una amenaza mayor: se esparcen fácilmente por el viento, contaminando ríos, lagos, espacios verdes y costas. En los océanos, son confundidas con alimento por tortugas, ballenas y aves marinas, generando lesiones internas, asfixia o muerte. En tierra firme, obstruyen sistemas de desagüe, contaminan el suelo y perjudican el desarrollo de cultivos.

Para dimensionar el problema: se estima que se usan cinco billones de bolsas plásticas al año. Si cada una tuviera un volumen de un litro, juntas ocuparían unos cinco mil millones de metros cúbicos: lo suficiente para llenar aproximadamente 3.333 estadios de fútbol.

Fecha de publicación: 15/07, 10:53 am