Son franceses y emprendieron una travesía en hidroavión por Argentina para proteger los espacios naturales
Clementine y Adrien son los creadores de “Alas para la Ciencia”, un proyecto ecofriendly con el que recorren el mundo. La historia.
A comienzos de los 2000, Clementine Bacri, abogada especializada en Derechos Humanos, y Adrien Normier, piloto de línea, tuvieron un sueño: comprar y refaccionar un avión para recorrer el mundo en misiones humanitarias.
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Iniciaron una campaña de crowdfunding, y -entendiendo el potencial de comunicación del proyecto-, algunas empresas y organizaciones aportaron fondos para el proyecto, al que bautizaron “Alas para la Ciencia”.
Casi diez años después, partieron en su primera misión a la isla de Vanuatu, situada en un archipiélago volcánico del Pacífico, donde sobrevolaron el cráter de un volcán, aportando datos inéditos para predecir próximas erupciones.
Al año siguiente, entre noviembre de 2011 y mayo de 2012, se tomaron un año sabático en sus trabajos para dar su primera vuelta al mundo. “Recorrimos casi 50 países durante 14 meses: de Jordania a Kuala Lumpur, pasando por Nigeria y el desierto del Sahara”, cuenta Clementine en un perfecto español con algo de acento francés.
En este viaje también sumaron toda América: desde Alaska hasta la Patagonia Argentina, donde sobrevolaron el glaciar Upsala tomando fotografías para el Centro de Interpretación Glaciológico de El Calafate. Y también llegaron a la Laguna de Epecuén, en la provincia de Buenos Aires, donde conocieron la trágica historia de su desborde, en 1985, que dejó sepultado a todo un pueblo. En sus aguas, de una salinidad semejante a la del Mar Muerto, fotografiaron e investigaron a los flamencos australes y otras comunidades de aves migratorias.
Cómo surgió el proyecto de volar por una “buena causa”
Tras esta aventura, Clementine y Adrien regresaron a sus ocupaciones con la satisfacción de haber cumplido su sueño. Y comenzaron a recibir pedidos de científicos e investigadores que los invitaban a regresar para ayudarlos a visibilizar sus proyectos. También otros pilotos, tanto profesionales como aficionados, que en muchos casos se habían sumado a la pareja para hacer juntos algún recorrido, se contactaron porque querían llevar adelante iniciativas similares, buscando unir el placer de volar con el apoyo a una buena causa.
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Así es que la pareja comenzó a tejer redes con organizaciones de científicos y pilotos, y buscar fondos para un nuevo viaje que realizaron en 2016. Esta vez, lo hicieron con un hidroavión, “para apoyar proyectos relacionados con el agua e ir a lugares donde solo se puede hacer un aterrizaje acuático”.
En esa oportunidad volvieron a la Argentina y visitaron Trelew, donde trabajaron con paleontólogos para “descubrir fósiles y restos de árboles en lo que hoy es el desierto patagónico pero hace miles de años era una selva”, cuenta la expedicionaria, mediante una videollamada desde su casa-oficina en el atardecer otoñal de París.
Por qué lanzaron la travesía para proteger los espacio naturales desde el aire
“Mucho de lo que pasa en los ecosistemas terrestres y marinos sólo se puede ver y entender desde el aire”, afirma Clementine y destaca que, -si bien actualmente se utilizan drones para hacer fotografías aéreas-, hay zonas donde los drones no pueden llegar por falta de autonomía de vuelo, o se pierde conectividad y no es posible pilotearlos.
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Es el caso del Gran Chaco Americano (que en Argentina abarca las provincias de Formosa, Chaco, Santiago del Estero y parte de Salta, Jujuy, Tucumán, La Rioja y Catamarca) y las Yungas, (bosques de altura, principalmente en Salta, Jujuy y Tucumán).
El último proyecto llevado a cabo en suelo argentino fue en el bañado La Estrella, en la provincia de Formosa. “Es un lugar maravilloso y de enorme biodiversidad, sobre el río Bermejo. Desde la Fundación Proyungas nos pidieron fotografiar determinadas especies, para protegerlas legalmente, e hicimos un documental allí también”, destaca la co-fundadora de Alas para la Ciencia.
A fines de 2018, nació el hijo de la pareja, y esto puso un paréntesis en los vuelos y expediciones, pero al mismo tiempo cobró impulso la creación de una red de científicos y pilotos, que donan horas de vuelo para hacer investigaciones y fotografías de la naturaleza.
La pandemia de Covid-19 significó una nueva pausa para los viajes. No obstante, a partir del año pasado, la dupla comenzó a diseñar nuevas misiones, aunque con un énfasis en llevarlas adelante con pilotos locales. “Si bien nuestros aviones son ultralivianos, consumen combustible y esto genera un impacto en cuanto a las emisiones de gases de efecto invernadero. No tiene sentido cruzar el océano para hacer una misión cuando hay pilotos locales que pueden hacerlo”, dice la expedicionaria.
De cada viaje realizado, la pareja acumula cientos de anécdotas y episodios en los que estuvieron al borde de perder parte del instrumental, el avión, e incluso pusieron en riesgo su vida. Como en una recorrida en el norte de Canadá, al límite con Alaska, donde al amerizar en un lago, el fuerte viento generó una ola que destruyó un ala del avión. Esto obligó a la pareja a acampar al lado del avión por varios días hasta conseguir repararlo, y montar guardia para evitar ser atacados por osos salvajes.
Los paisajes y anécdotas de estas travesías quedaron reflejadas en una serie de documentales y un libro, con cuya venta se financian en parte las expediciones. “Volar alto y ser útiles a la naturaleza y las personas es nuestra elección de vida”, concluye Clementine.