Un estudio revela que el ser humano se adapta al cambio climático desde hace un millón de años
El análisis de restos arqueológicos demuestra que Homo erectus ya mostraba una notable capacidad de adaptación a entornos extremos.
El cambio climático actual, impulsado por actividades humanas, ya está ocurriendo y se intensificará en el futuro, incluso si los esfuerzos globales para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero resultan efectivos. Los fenómenos climáticos extremos, como olas de calor, inundaciones y sequías, se volverán más frecuentes e intensos en muchas regiones.
El ser humano tendrá que adaptarse a estos cambios climáticos para poder sobrevivir, lo que implicará pequeñas variaciones evolutivas que no percibiremos, ya que son procesos naturales que ocurrieron desde el origen de la vida en la Tierra.
Un equipo internacional de investigadores, encabezado por Julio Mercader de la Universidad de Calgary (Canadá), con la colaboración de la investigadora María Soto de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), demostraron que el Homo erectus ya tenía la capacidad de adaptarse a diversos nichos ecológicos, incluidos los ambientes desérticos extremadamente áridos, sin vegetación y con episodios recurrentes de incendios naturales, hace un millón de años.
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Hasta ahora, la capacidad de resiliencia y adaptación a hábitats marginales se había atribuido únicamente a especies más recientes, como el Homo sapiens. Sin embargo, este estudio demuestra que el género Homo ya era una especie generalista desde sus inicios, capaz de sobrevivir en una variedad de ecosistemas.
Los hallazgos, publicados en Communications Earth and Environment, confirman que la plasticidad ecológica del Homo erectus se remonta a las primeras etapas de nuestro género, lo que abre una nueva perspectiva sobre el comportamiento humano y podría ayudarnos a comprender mejor nuestras capacidades de adaptación, así como los factores que facilitaron la migración, colonización y supervivencia en nuevos hábitats y climas.
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Nuevas excavaciones en el yacimiento de Engaji Nanyori, previamente conocido como Juma’s Korongo (JK) y estudiado por reconocidas arqueólogas como Mary Leakey y Maxine Kleindienst, recuperaron materiales y datos analizados desde un enfoque transdisciplinario. Estos estudios incluyeron dataciones, análisis tecnológicos, marcadores moleculares, análisis isotópicos, geoquímica, tafonomía, taxonomía y técnicas de reconstrucción paleoambiental, como el análisis de pólenes y fitolitos.
Los resultados obtenidos en la Garganta de Olduvai, una región clave para el estudio de la evolución humana, confirmaron la presencia de un ambiente desértico e hiperárido, caracterizado por episodios recurrentes de sequía, un hábitat que tradicionalmente se consideraba marginal para el ser humano. A pesar de estas condiciones extremas, Homo erectus logró sobrevivir aprovechando los cursos fluviales, como ríos y meandros de baja energía, donde realizaban sus actividades diarias, como lo demuestran las herramientas líticas y los restos de fauna procesada y consumida por estos homínidos.
El estudio también destaca la clara relación entre los restos animales consumidos y las herramientas utilizadas, todas ellas en excelente estado de conservación. Esto fue posible en parte gracias a la construcción de un museo por parte de Mary Leakey, que luego fue abandonado, pero cuyas paredes protegieron una rica secuencia sedimentaria. En esta secuencia se identificaron cuatro niveles arqueológicos que revelan estrategias de continuidad tecnológica y un alto grado de procesamiento de la fauna por parte del Homo erectus, con poca intervención de los grandes carnívoros.
Gracias a innovadoras técnicas arqueológicas, este estudio permitió reconstruir el paisaje de la Garganta de Olduvai de hace un millón de años (Bed III, 1.2-0.9 millones de años), sugiriendo que nuestras capacidades adaptativas y la flexibilidad ecológica se desarrollaron mucho antes de lo que se pensaba.
Reconocer esta capacidad de adaptación del Homo erectus abre nuevas hipótesis sobre las razones de nuestra salida de África, las posibilidades de habitar diferentes ecosistemas, incluyendo aquellos con recursos limitados, y profundizar en nuestra plasticidad y resistencia como especie.