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El avance de un «cisne negro»: ¿cuál es el rol de la economía verde en la pandemia?

La crisis económica inducida por el coronarivus es un hecho inminente, lo que no resulta tan obvio es cómo se va a salir de ella.

Hace pocas semanas el Bank of International Settlements (BIS), entidad que nuclea a los bancos centrales de numerosos países, publicó un informe que avisaba del peligro de un Cisne Verde. Se refería al problema que podía significar el cambio climático para la economía mundial y el sistema financiero internacional.

La denominación que usó el BIB se basa en la idea del “Cisne Negro”, libro de Nassim Nicholas Taleb. La misma ya había sido planteada por John Stuart Mill, quien creía que el conocimiento científico no es absoluto sino probable, ya que se basa en la observación de la realidad.

De ahí, postula que después de ver que la mayoría de los cisnes son blancos, uno deduce que todos lo son, pero, en el río Swan (Australia), en 1697, se descubrió que había algunos ejemplares de cisnes negros.

De allí que se llama “cisnes negros” a eventos sorpresivos, con gran impacto, y que solamente luego de que ocurren se comprende racionalmente que podían suceder. El atentado terrorista a las Torres Gemelas se usa frecuentemente como ejemplo de este tipo de fenómenos.

El BIS habló de Cisne Verde para describir que el impacto del cambio climático puede generar pérdidas tan grandes como para provocar una gran crisis económica y financiera a nivel mundial. Pero, la realidad nos trajo un nuevo cisne negro, que vino antes que el verde: el coronavirus. 

Mientras tanto el cisne verde parece seguir nadando y respirando mejor. Se ven en estos días noticias positivas sobre el ambiente mundial: aguas más cristalinas por la reducción del turismo y los efluentes líquidos resultantes, y aire más puro por la menor circulación vehicular y la disminución de la producción industrial, consecuencias de la cuarentena que se está viviendo en vastas regiones del mundo.

La crisis económica inducida por el coronarivus es un hecho inminente, lo que no resulta tan obvio es cómo se va a salir de ella.

Varios trabajos han encontrado que la relación entre los cambios en el PIB y las variaciones de las emisiones de gases de efecto invernadero son asimétricas: esto es, que los cambios de las emisiones per cápita al variar el PIB por habitante son mayores en las expansiones que en las contracciones económicas.

Este fenómeno ya se vio luego de la crisis financiera 2008-2009: las emisiones globales de dióxido de carbono por la quema de combustibles fósiles y la producción de cemento crecieron 5,9% en 2010, mientras que las mismas solamente decrecieron 1,4% en 2009. Se estima ahora que, como consecuencia del Covid-19, las emisiones mundiales van a bajar por primera vez desde la última gran crisis financiera. La pregunta es qué pasará después.

Ya antes se ha pensado que la salida de una crisis debe ser “verde”. De hecho, pos-2009, varios organismos internacionales ingeniaron para ello conceptos como economía verde o crecimiento verde. 

En estos años también se habló mucho de economía circular para referirse a la idea que los procesos productivos deben reducir la cantidad de residuos que generan, reutilizar lo más que se pueda, reciclar convirtiendo los residuos en productos nuevos, recuperar los residuos para generar algo diferente como electricidad, etcétera. 

Por último, está la vía de la bioeconomía, que propone, esencialmente, el uso de recursos renovables para la producción (por ejemplo, la utilización de azúcar o grasas animales para producir biocombustibles).

Más allá de las palabras que se empleen, no cabe duda que el desarrollo duradero requiere trabajar en acciones concretas para evitar que, la salida de la crisis que seguirá a la pandemia que estamos atravesando, no sea con más aumentos en la contaminación de todo tipo, consecuencia de querer volver a producir a cualquier costo para el ambiente. Solamente así se logrará evitar el temido Cisne Verde, cuya aparición es incierta, pero traería también consecuencias devastadoras para la humanidad.

*Mariana Conte Grand es economista ambiental de la  Universidad del CEMA

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Fecha de publicación: 30/03, 3:40 pm