¿Qué tan limpio es el aire en los aviones? Un estudio revela datos inesperados
Una investigación analizó mascarillas usadas por pasajeros y personal de salud para identificar los microbios que circulan en vuelos y hospitales.
La calidad del aire en espacios cerrados siempre generó dudas, especialmente durante la pandemia de COVID-19, cuando crecieron las inquietudes sobre lo que circulaba en cabinas de aviones y pasillos de hospitales. Pero una nueva investigación aporta tranquilidad: el aire en vuelos y centros de salud es más seguro de lo que se pensaba.

Un estudio de la Universidad Northwestern analizó mascarillas utilizadas por pasajeros y personal sanitario con el fin de identificar el ecosistema microbiano que se mueve en lugares transitados por millones de personas. Los investigadores detectaron 407 especies microbianas diferentes, un número que sorprendió por su similitud entre ambos entornos. Las comunidades presentes en el aire de hospitales y aviones resultaron casi idénticas y estuvieron dominadas por bacterias inofensivas asociadas a la piel humana.
Esta coincidencia permitió llegar a una conclusión clave: la mayor parte del material microbiano proviene de las propias personas y no del ambiente físico. Además, la presencia de patógenos fue mínima y sin indicios de infecciones activas, un hallazgo que contradice muchos de los temores instalados en los últimos años.
La investigadora principal, Erica M. Hartmann, recordó cómo surgió la idea del estudio: “Notamos que las mascarillas podían funcionar como un dispositivo barato y simple para tomar muestras de aire, tanto a nivel personal como general. Extraímos el ADN de esas mascarillas y analizamos las bacterias presentes. Como esperábamos, eran las mismas que solemos encontrar en ambientes interiores. El aire interior se parece al aire interior, y también se parece a la piel humana”, explicó.
Cómo se estudió el mundo microbiano del aire
El proyecto comenzó en enero de 2022, cuando aún persistían las dudas sobre la circulación del SARS-CoV-2 y las aerolíneas recibían consultas constantes sobre filtración y ventilación. La idea inicial era analizar filtros HEPA de aviones para estudiar los microorganismos atrapados tras miles de horas de vuelo.

Hartmann logró conseguir un filtro con más de 8.000 horas de funcionamiento, pero pronto descubrieron que su alto costo y el complejo procedimiento técnico para retirarlo hacían inviable el estudio. Cada extracción implicaba sacar un avión de servicio, reorganizar operaciones y asumir un gasto considerable.
Ese obstáculo llevó al equipo a buscar alternativas más accesibles y menos disruptivas. Las mascarillas aparecieron como la opción más lógica: estaban disponibles, formaban parte de la vida diaria y capturaban partículas inhaladas y exhaladas de manera continua.
Los investigadores pidieron a voluntarios que utilizaran mascarillas durante vuelos nacionales e internacionales y las entregaran en bolsas estériles al finalizar el trayecto. También recolectaron mascarillas nuevas -transportadas en los aviones pero nunca utilizadas- para emplearlas como controles.
Para ampliar el análisis, replicaron el procedimiento en hospitales, donde profesionales de la salud entregaron sus mascarillas al final de cada turno. Esto permitió comparar dos ambientes interiores muy transitados y con filtración constante.
Hartmann explicó la lógica detrás de esa decisión: “Como grupo de comparación, buscamos personas que ya usaran mascarillas con frecuencia. Por eso nos inclinamos por los profesionales sanitarios”.
En el laboratorio, las capas externas de cada mascarilla se separaron para extraer el ADN adherido, con el objetivo de estudiar únicamente los microbios presentes en el aire y no los derivados de la respiración humana. Luego, aplicaron técnicas de PCR para amplificar el material genético y maximizar la detección de microorganismos.
Este proceso también reveló una limitación: los kits de extracción estaban preparados para identificar ADN, por lo que las bacterias fueron más fáciles de detectar que los virus, que suelen contener ARN. De todos modos, Hartmann aclaró que los virus probablemente representan una fracción mucho menor del total microbiano en interiores, ya que las personas liberan más bacterias de la piel que partículas virales.
Las mascarillas como ventana al aire que compartimos
El análisis mostró una amplia diversidad microbiana, pero dominada por microorganismos habituales de la piel humana. Los patógenos aparecieron en cantidades mínimas y sin señales de circulación activa. Además, los perfiles microbianos de aviones y hospitales resultaron sorprendentemente similares, reforzando la idea de que las personas son la principal fuente de microbios en ambos entornos.
El hallazgo de genes asociados a resistencia a antibióticos fue otro punto relevante: no implicó un riesgo directo, pero evidenció que estos rasgos genéticos están presentes en múltiples ambientes interiores y forman parte de un ecosistema microbiano complejo.
Hartmann recordó un concepto observado en investigaciones previas: cada persona deja un rastro invisible en los lugares que habita. “Muchas de las superficies que tocamos contienen microbios de la piel, porque los transferimos constantemente. Liberamos microorganismos dondequiera que vayamos; mis colegas y yo lo llamamos ‘aura microbiana’”, explicó.
El estudio también remarcó que la transmisión aérea no es la única vía de contagio de enfermedades comunes. El contacto directo con personas infectadas o con superficies compartidas sigue siendo igual o incluso más relevante.
“En este trabajo nos focalizamos únicamente en lo que se transmite por el aire”, aclaró Hartmann. “La higiene de manos sigue siendo fundamental para prevenir contagios por superficies. Queríamos saber a qué se exponen las personas a través del aire, incluso si se lavan las manos”.
El futuro: sensores que “lean” el aire en tiempo real
Los investigadores subrayaron la necesidad de desarrollar tecnologías capaces de monitorear el aire interior de manera continua. Hartmann imaginó una herramienta similar a un detector de monóxido de carbono:
“Imagine un sensor que, según los niveles de microbios presentes, pueda aumentar el intercambio de aire o alertar a las personas para que usen mascarillas. Contar con esa información sería clave para tomar decisiones informadas sobre cómo protegerse”.
Esta visión refleja un deseo creciente en la comunidad científica: disponer de sistemas accesibles para evaluar la calidad microbiológica del aire en escuelas, hospitales, aeropuertos y cualquier espacio interior.
Si bien recolectar mascarillas usadas ya brinda una imagen sorprendentemente clara del ambiente, el estudio sugiere que herramientas diseñadas específicamente para este fin permitirían obtener información más completa y, sobre todo, en tiempo real.














