La Unión Europea debate la posibilidad de revisar el objetivo de prohibir la venta de vehículos de combustión interna a partir de 2035. La discusión, que se intensificará en el próximo diálogo estratégico sobre el futuro de la industria automotriz europea el 12 de septiembre, expone una fuerte división en el sector: mientras unos reclaman acelerar la electrificación del transporte, otros advierten sobre los riesgos de apostar a una sola tecnología.
De fondo, se libra también la pulseada entre eléctricas y petroleras, estas últimas impulsando combustibles de origen no fósil con emisiones netas cero de CO₂ en todo su ciclo de vida, capaces de alimentar los motores tradicionales de gasolina y diésel.
Los que piden revisar el objetivo
Los presidentes de la Asociación Europea de Fabricantes de Automóviles (ACEA) y de la Asociación Europea de Proveedores de Automoción (CLEPA), Ola Källenius (Mercedes-Benz) y Matthias Zink (Schaeffler), enviaron a fines de agosto una carta a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en la que solicitan “corregir el rumbo” de la transición automotriz con un plan político “integral y pragmático”, según explica la agencia de noticias EFEVerde.
En la misma línea se expresaron Antonio Filosa, consejero delegado de Stellantis, y Oliver Zipse, de BMW, quienes sostienen que los plazos intermedios —reducir un 55 % las emisiones de CO₂ para 2030 y prohibir los motores de combustión en 2035— son poco realistas. Si bien reafirman su compromiso con la neutralidad en 2050, aseguran que las condiciones actuales hacen inviable la meta a corto plazo.
Los que defienden mantenerlo
En la vereda opuesta, más de 150 altos ejecutivos de la cadena de valor del vehículo eléctrico -incluidos Volvo, Polestar, fabricantes de baterías como Samsung, LG Energy y Verkor, así como empresas de infraestructura de carga como Fastned, IONITY y Alpitronic- reclamaron en otra carta abierta a Von der Leyen que la UE “no retroceda” y mantenga firme el objetivo de cero emisiones en 2035.
Argumentan que ya se movilizaron cientos de miles de millones de euros en inversiones en toda Europa: desde gigafactorías en Francia y Alemania hasta nuevas plantas en Eslovaquia y Bélgica, además de la ampliación de la infraestructura de recarga. Dar marcha atrás, aseguran, minaría la confianza de los inversores, frenaría el impulso y dejaría el terreno servido a China, que avanza con más velocidad y estrategia en el mercado eléctrico.
Incentivos, dependencia y competitividad
Los detractores de la meta insisten en que se les exige una transformación “con las manos atadas”, ante la alta dependencia de Asia para la producción de baterías y los elevados costos de manufactura en la UE. Plantean que hacen falta incentivos de demanda más sólidos, menores costos de energía para la carga, subsidios a la compra de eléctricos y una fiscalidad favorable.
Para los defensores del objetivo, en cambio, lo urgente es una política industrial robusta que garantice el suministro de materias primas críticas, la producción de baterías y el despliegue acelerado de infraestructura de carga, junto con incentivos coordinados en todos los Estados miembros.