El característico paisaje patagónico -una mezcla de tierras áridas, cursos de agua frondosos y, al fondo, la majestuosa Cordillera de los Andes- cambió drásticamente en apenas unas décadas. El cambio climático, la mala gestión de los recursos hídricos y el avance de la minería han provocado, de forma sostenida, la desaparición de lagos y la degradación de ecosistemas en el sur argentino.
Vecinos de la región, con tono melancólico, relatan cómo sus hijos o nietos ya no conocen los paisajes que marcaron su infancia. “Ahora hablamos en pasado”, lamenta Augusto Guaiquil, agricultor. “¿Te acordás cuando nadábamos, cuando recorríamos las orillas de los lagos y pescábamos truchas arco iris o pejerreyes?”.
Entre esas historias de pérdida, destaca el caso del lago Colhué Huapi, en el sur de Chubut, que se secó por completo en menos de diez años, transformándose en un desierto de dunas. Una situación alarmante y posiblemente irreversible que también amenaza a otros cuerpos de agua de la región, como el vecino lago Musters, que sobrevive con niveles mínimos.
En el Parque Nacional Laguna Blanca, una reserva ubicada en Neuquén, cinco lagos vieron reducida su superficie hasta en un 52% desde 2007. Así lo advierte un estudio publicado en Science of the Total Environment, que alerta sobre la pérdida de hábitats clave para numerosas especies de flora y fauna, incluidas aves migratorias y animales en peligro de extinción. La reserva, que alguna vez fue refugio del cisne de cuello negro, los zampullines plateados y las ranas endémicas de manchas oscuras, hoy ve peligrar toda esa biodiversidad.
En las últimas dos décadas, la superficie de la Laguna Blanca -que originalmente abarcaba unas 1.700 hectáreas- se redujo de forma drástica. Una antigua vara de madera, utilizada durante años para medir el nivel del agua, hoy queda completamente al descubierto, sin nada que registrar. Al igual que muchas rocas que antes permanecían sumergidas, ahora están a la vista, secas y expuestas al sol.
“Cuando uno ve las marcas de medición que se usaban hace 20 años, cuesta creer que el lago alguna vez alcanzara esos niveles”, comentó Facundo Scordo, geógrafo argentino radicado en la Universidad de Nevada, Reno, y autor principal de un reciente estudio. Según sus investigaciones, la superficie de Laguna Blanca y de otros cuatro lagos menores dentro del parque nacional patagónico disminuyeron hasta en un 52 % desde 2007.
Esta transformación es especialmente alarmante por el estatus del parque como sitio Ramsar, un humedal de importancia internacional reconocido por la UNESCO. “En su momento albergó una comunidad de aves tan rica que fue declarado el primer sitio Ramsar de Argentina”, explicó Esteban Balseiro, limnólogo y profesor de la Universidad Nacional del Comahue, a Inside Climate News. Sin embargo, hoy la situación es muy distinta: “La población actual de aves acuáticas es mínima”, añadió. Entre las especies más afectadas están el macá grande, el cauquén real, el pato de anteojos y el pato zambullidor.
Scordo y su equipo analizaron imágenes satelitales tomadas entre 1998 y 2024, junto con datos de índices de sequía anuales. El objetivo fue determinar si la retracción de los lagos respondía únicamente a la variabilidad climática o también a factores humanos. La conclusión fue contundente: ambas causas se combinan, pero la influencia antropogénica ha dejado una huella significativa.
Uno de los factores clave es la creciente presión de las actividades extractivas en la región. La zona alberga valiosos recursos minerales como oro, plata y uranio, así como yacimientos de yeso, bentonita, diatomita y caolín. También se extraen petróleo y gas. Desde principios de la década de 2010, se denunciaron operaciones de fracking en Neuquén, especialmente en el área de Vaca Muerta, donde viven numerosas comunidades mapuche. Sus líderes llevaron estas preocupaciones incluso a la Bolsa de Nueva York, denunciando los impactos ambientales de dichas prácticas.
A todo esto se suma el uso intensivo del suelo y la alteración del régimen hídrico. Los resultados del estudio indican que los cambios climáticos contribuyeron al retroceso de los lagos a través de una combinación de sequías prolongadas y una marcada disminución de la humedad en la cuenca desde 2007. Sin embargo, los datos también apuntan con fuerza a la intervención humana como factor agravante. Solo desde 2020 se identificaron 53 canales de riego construidos aguas arriba de la laguna, lo que podría estar profundizando su desecación.
La situación es tan crítica que el propio sitio web del Parque Nacional Laguna Blanca emite una advertencia en rojo: “La temporada de pesca en Laguna Blanca queda suspendida hasta nuevo aviso debido a una floración de algas extraordinaria en el cuerpo de agua”.