Los agujeros negros supermasivos no solo se destacan por su capacidad de devorar todo lo que se aproxima a su horizonte de sucesos. También son piezas clave en la evolución de las galaxias y, por extensión, en la historia del universo. En el corazón de la Vía Láctea, Sagitario A -un coloso de unos cuatro millones de masas solares- permanece actualmente en un estado de calma, aunque los astrónomos saben que no será para siempre. Su próximo “despertar” podría marcar un nuevo capítulo en la vida de nuestra galaxia.
Un equipo internacional de científicos determinó que este episodio de reactivación podría ocurrir dentro de unos 2.000 millones de años, cuando la Vía Láctea colisione con una galaxia enana llamada Gran Nube de Magallanes (LMC, por sus siglas en inglés), situada hoy a unos 200.000 años luz de distancia. Según los cálculos, la interacción gravitatoria entre ambas canalizará enormes cantidades de gas hacia el centro galáctico, lo que podría volver a alimentar a Sagitario A y transformarlo en un núcleo activo, emitiendo intensas radiaciones de energía.
Estos procesos no solo ayudan a anticipar el futuro de la Vía Láctea, sino también a entender cómo los agujeros negros supermasivos influyen en la formación y dinámica de las galaxias a lo largo del tiempo cósmico.
El avance en este tipo de investigaciones es posible gracias a instrumentos como el Telescopio Espacial James Webb (JWST), que permite observar el universo en sus primeras etapas. Uno de sus hallazgos más recientes es la galaxia The Sparkler, ubicada a 9.000 millones de años luz y considerada una versión temprana de lo que fue la Vía Láctea. Con apenas un 3 % de su masa y rodeada por 24 cúmulos globulares -frente a los 200 actuales de nuestra galaxia-, este sistema ofrece una ventana directa al pasado cósmico.
«El origen de los cúmulos globulares es un viejo misterio, y nos entusiasma que el JWST pueda mirar atrás en el tiempo para verlos en su juventud», explicó el astrónomo Aaron Romanowsky, coautor del estudio.
Como recuerda la NASA, Sagitario A se encuentra a más de 25.000 años luz de la Tierra, en la constelación de Sagitario. Es el agujero negro supermasivo más cercano que conocemos, y su comportamiento futuro podría ofrecer pistas decisivas sobre la evolución del universo.
El Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA) explica que Sagitario A se distingue por su comportamiento relativamente tranquilo: «Su emisión es más débil y su capacidad para convertir materia en energía es hasta cientos de veces menor que la de otros agujeros negros más masivos». En 2020, los investigadores Roger Penrose, Reinhard Genzel y Andrea Ghez recibieron el Premio Nobel de Física por sus aportes al estudio de este coloso en el corazón de la Vía Láctea.
Las similitudes entre The Sparkler y nuestra galaxia ofrecen nuevas pistas sobre la relación entre la formación de estrellas y la actividad de los agujeros negros supermasivos. Cuando permanecen “dormidos”, apenas afectan la dinámica galáctica. Pero cuando se “despiertan” y comienzan a absorber gas y polvo, el material que cae hacia ellos forma un disco de acreción que alcanza temperaturas de millones de grados y gira a velocidades cercanas a la de la luz. Este proceso libera energía en todo el espectro electromagnético, desde el infrarrojo hasta los rayos X.
La astrofísica Nathalie Degenaar, de la Universidad de Ámsterdam, resume este fenómeno así: «Podemos ver la radiación de calor que emite la materia como luz visible, pero también en longitudes de onda ultravioleta, de rayos X e infrarrojas». Muchos agujeros negros activos, además, lanzan poderosos chorros de partículas que se extienden miles de años luz y transforman el entorno galáctico.
El “despertar” de Sagitario A está vinculado con la futura fusión de la Vía Láctea y la Gran Nube de Magallanes (LMC). A medida que esta galaxia enana se acerque, su fuerza gravitatoria canalizará grandes cantidades de gas hacia el centro galáctico, reactivando a Sagitario A y convirtiéndolo en un núcleo galáctico activo (AGN). Sin embargo, el profesor Carlos Frenk, de la Universidad de Durham, aclara que «el AGN desencadenado por la fusión con la LMC no será lo suficientemente potente como para representar un peligro para la vida en la Tierra».
Aun si Sagitario A vuelve a emitir intensamente, su radiación se atenuará al viajar los 26.000 años luz que nos separan. Como explica el astrofísico Joseph Michail, del Centro de Astrofísica de Harvard y Smithsonian, esa distancia -aunque pequeña en términos cósmicos- es suficiente para que la atmósfera terrestre, el campo magnético y el propio disco de gas de la galaxia actúen como escudos naturales.
No sería la primera vez que Sagitario A se active
No sería la primera vez que este agujero negro se activa. Observaciones del telescopio IXPE de la NASA revelaron que hace unos 200 años experimentó una erupción menor, y se cree que eventos más antiguos podrían haber originado las llamadas “Burbujas de Fermi”.
En definitiva, el futuro despertar de Sagitario A no marcará el fin de la vida en la Tierra, sino otro capítulo en la historia cósmica de la Vía Láctea. Como resume el profesor Frenk: «Hay algo en la forma en que crecen las galaxias que está controlado por el crecimiento del agujero negro en su centro».