El paso del tiempo dejó de ser una barrera infranqueable para quienes desean ser madres. Gracias a la vitrificación de óvulos, una técnica de congelamiento ultrarrápido, hoy es posible preservar la fertilidad durante años y decidir con mayor libertad el momento adecuado para la maternidad. Sin embargo, más allá del avance médico, este procedimiento también revela cambios profundos en las dinámicas sociales, culturales y económicas. Y más recientemente, también empieza a dialogar con una dimensión hasta ahora poco explorada: la sustentabilidad.
Durante décadas, la reproducción estuvo regida por los tiempos biológicos. Pero el presente muestra un nuevo escenario: mujeres que postergan la maternidad por desarrollo profesional, dificultades económicas, falta de pareja estable o simplemente por elección. En ese contexto, la vitrificación de óvulos emerge como una solución concreta. Es una herramienta que brinda autonomía reproductiva. Hoy muchas mujeres no quieren apurarse a ser madres y tampoco quieren resignar la posibilidad de hacerlo más adelante. “La postergación de la maternidad es una realidad creciente. Las mujeres quieren elegir el momento más adecuado, y la ciencia puede acompañarlas”, explica Liliana Blanco, directora médica de Procrearte y de Maternity Bank, el primer banco de óvulos de Argentina.
Vitrificación en Argentina
Según datos de la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva (SAMER), la demanda de vitrificación se duplicó en los últimos cinco años. La mayoría de las pacientes tienen entre 30 y 38 años, aunque cada vez es más común que mujeres en la veintena consideren la posibilidad de congelar sus óvulos como parte de una planificación a largo plazo. La técnica consiste en extraer los óvulos mediante una estimulación ovárica, seleccionarlos y luego someterlos a una congelación ultrarrápida a -196 °C en nitrógeno líquido, lo que evita la formación de cristales y preserva la calidad celular.
Pero detrás de esta práctica que promete independencia y control, se esconden también interrogantes éticos, económicos y ambientales. ¿Quiénes acceden a este procedimiento? ¿Qué impacto tiene sobre los recursos médicos y energéticos? ¿Es sustentable este modelo de reproducción?
Si bien la vitrificación aún está lejos de ser accesible para todos los sectores sociales -su costo en Argentina oscila entre los 1.500 y 2.500 dólares por ciclo, sin contar el mantenimiento anual de los óvulos-, algunos centros de fertilidad ya trabajan con políticas de financiamiento flexible y convenios con obras sociales. Además, en países como España o Estados Unidos, ciertas empresas ofrecen este servicio como beneficio laboral para sus empleadas, lo que también abre el debate sobre la presión que eso puede generar en torno a la maternidad diferida.
Impacto ambiental de la vitrificación de óvulos
Desde el punto de vista ambiental, los laboratorios reproductivos ya comenzaron a implementar protocolos más sostenibles. El almacenamiento de óvulos consume nitrógeno líquido y energía eléctrica en condiciones específicas. Por eso están invirtiendo en tecnologías de refrigeración más eficientes y sistemas de monitoreo inteligente que reducen el uso de recursos sin poner en riesgo el material biológico.
Otra arista interesante es la gestión de residuos biomédicos. La vitrificación implica el uso de insumos descartables, como tubos, pipetas y medios de cultivo. En los últimos años, algunas empresas del sector comenzaron a producir materiales biodegradables o reutilizables, lo que permite reducir el impacto ambiental sin comprometer la esterilidad ni la eficacia del procedimiento. También se promueve la digitalización de procesos, para evitar el uso innecesario de papel y reducir la huella de carbono de los centros médicos.
“Pensar la fertilidad desde una perspectiva sustentable es fundamental, no solo en términos de recursos, sino también de acceso y equidad”, sostiene la socióloga Clara Villalba, investigadora en temas de género y salud. “No se trata solo de congelar óvulos: se trata de construir un modelo reproductivo compatible con un futuro sostenible, tanto en lo ecológico como en lo social”, aclara.
En este sentido, empieza a hablarse de “fertilidad consciente”, un concepto que integra la planificación reproductiva con criterios éticos, medioambientales y sociales. La vitrificación, en lugar de ser una solución aislada o de elite, puede pensarse como parte de una red de políticas públicas que garanticen el derecho a decidir cuándo y cómo tener hijos, sin que eso implique una carga económica ni ambiental desproporcionada.
Vitrificación de óvulos, un desafío para Argentina
En América Latina, aún hay mucho por avanzar. Argentina cuenta con una ley de cobertura de tratamientos de fertilidad (Ley 26.862), pero la vitrificación con fines no terapéuticos -es decir, por elección personal y no por enfermedad- todavía no siempre está contemplada por las obras sociales. Además, el debate sobre la sustentabilidad del sistema de salud reproductiva recién comienza a instalarse.
Lo cierto es que la vitrificación llegó para quedarse. Lo que antes era ciencia ficción, hoy forma parte del repertorio médico y social de muchas mujeres. Y si bien no garantiza un embarazo futuro -la tasa de éxito depende de muchos factores, como la edad y la calidad ovocitaria-, sí representa una posibilidad real en un mundo donde los tiempos y deseos ya no siguen un único patrón.
El desafío, de ahora en más, será que ese derecho a elegir también sea respetuoso con el entorno y con las generaciones futuras. Porque, en definitiva, hablar de fertilidad es también hablar de futuro. Y ningún futuro puede pensarse sin sustentabilidad.