El hallazgo de NWA 12264, un fragmento de roca espacial descubierto en el noroeste de África, podría reescribir parte de la historia sobre cómo se formaron los planetas. Según un estudio publicado en Nature, se trata de una “dunita brechada” originada en el sistema solar exterior, con una antigüedad estimada de 4.569,8 millones de años. Esta edad la convierte en la muestra más antigua registrada de esa región y pone en duda la teoría de que los planetas más lejanos, más allá de Júpiter, se formaron después que los internos.
Una reliquia espacial que desafía las teorías actuales
El análisis fue realizado por un equipo internacional liderado por BG Rider-Stokes. Compuesta en su mayoría por olivino -un mineral habitual en rocas volcánicas-, la NWA 12264 muestra similitudes con otras muestras obtenidas en la Luna y en cuerpos como el asteroide Vesta.
Para datarla, los investigadores utilizaron dos métodos. El primero, basado en la desintegración del plomo, arrojó una edad de 4.569,8 millones de años. El segundo, que mide la proporción entre aluminio y magnesio, dio como resultado 4.564,4 millones. Ambas cifras la posicionan como una de las rocas más antiguas jamás analizadas del sistema solar exterior.
El hallazgo es relevante porque hasta ahora se pensaba que los cuerpos celestes situados más allá del cinturón de asteroides se formaron más tarde. La presencia de grandes cantidades de agua y hielo en esos planetas habría dificultado el calor interno necesario para que sus materiales se separaran en capas, retrasando así su evolución geológica.
Otros fragmentos similares, como los basaltos NWA 6704 y NWA 2976, fueron fechados entre 4.563 y 4.563,3 millones de años, lo que los hace varios millones de años más jóvenes que la NWA 12264. Por eso, esta nueva muestra no solo aporta una mirada al pasado remoto del sistema solar, sino que también desafía las ideas sobre el ritmo en que se formaron los mundos más lejanos.
El origen del sistema solar
Hace aproximadamente 4.600 millones de años, en una región del Brazo de Orión de la Vía Láctea, una enorme nube de gas y polvo colapsó, probablemente como consecuencia de la explosión de una supernova cercana. Ese colapso gravitacional concentró la mayor parte del material en el centro, donde nació el Sol, que hoy contiene más del 99 % de la masa del sistema. El resto de la materia quedó girando a su alrededor en forma de un disco, del cual se formaron los planetas, lunas, asteroides y cometas.
La organización actual del sistema solar refleja cómo se distribuyeron esos materiales: cerca del Sol se agruparon los compuestos más resistentes al calor, formando los planetas rocosos (Mercurio, Venus, Tierra y Marte). Más alejados, donde las temperaturas eran más bajas, se desarrollaron los gigantes gaseosos Júpiter y Saturno, y los gigantes helados Urano y Neptuno, rodeados por hielos y gases que no podrían haberse mantenido estables en zonas más cálidas. Más allá se extienden regiones como el Cinturón de Kuiper, hogar de cuerpos helados como Plutón, y la Nube de Oort, una reserva de cometas que podría alcanzar hasta 1,6 años luz del Sol.
Una roca que desafía las teorías actuales
Un nuevo estudio publicado en Nature revela que una roca espacial llamada NWA 12264, hallada en el norte de África, podría cambiar lo que se sabe sobre la formación del sistema solar. Esta muestra, de casi 4.570 millones de años, proviene del manto de un pequeño protoplaneta que se habría formado más allá de la órbita de Júpiter, casi al mismo tiempo que los planetas rocosos. Esto sugiere que los procesos de acreción -la unión de partículas para formar cuerpos mayores- y la diferenciación interna -la separación en núcleo, manto y corteza- ocurrieron rápidamente y de forma simultánea a distintas distancias del Sol.
Hasta ahora, la mayoría de las muestras analizadas provenían del interior del sistema solar o de asteroides cercanos. Encontrar un fragmento tan antiguo, bien conservado y procedente del sistema solar exterior es algo excepcional. Muchos de estos cuerpos primitivos fueron destruidos en colisiones o absorbidos por planetas mayores, lo que hace muy difícil rastrear su origen. Un antecedente clave fue el hallazgo del meteorito Erg Chech 002 (EC 002), vinculado a un protoplaneta del sistema interior, que demostró la rapidez con que se formaron los primeros cuerpos sólidos tras el nacimiento del Sol.
La NWA 12264 amplía ese escenario hacia regiones más distantes. Su descubrimiento coincide con observaciones recientes hechas con el telescopio ALMA (Atacama Large Millimeter/submillimeter Array), que detectó discos de polvo con estructuras bien definidas incluso en zonas frías y alejadas de sus estrellas. Esto refuerza la idea de que la formación planetaria puede darse en paralelo a lo largo de todo un sistema estelar.
La NASA también contribuye a esta reconstrucción del pasado con misiones como OSIRIS-REx, que trajo a la Tierra muestras del asteroide Bennu en 2023, o Lucy, actualmente en camino para explorar los asteroides troyanos de Júpiter. Estas rocas actúan como cápsulas del tiempo: ayudan a entender cómo se formaron los planetas, cómo se distribuyó el agua y cuáles fueron las condiciones que hicieron posible la aparición de la vida.