El plástico es uno de los materiales más utilizados en el mundo moderno y, al mismo tiempo, uno de los mayores desafíos ambientales. Su resistencia y durabilidad -claves para aplicaciones como envases, la industria automotriz o la medicina- explican también por qué puede acumularse durante décadas en vertederos, ríos y océanos sin degradarse de manera natural.
Frente a este problema, la química de polímeros explora alternativas que permitan mantener las propiedades del plástico durante su vida útil, pero que faciliten su degradación una vez cumplida su función. En ese marco, un nuevo desarrollo científico en Estados Unidos propone un enfoque innovador: modificar la estructura interna del material para otorgarle una vida útil programable, sin sacrificar resistencia ni desempeño.
Un plástico que se degrada mil veces más rápido
El avance fue presentado en un estudio publicado en la revista Nature Chemistry, liderado por investigadores de la Rutgers University, en el estado de Nueva Jersey. La investigación describe un nuevo tipo de plástico biodegradable capaz de descomponerse en condiciones cotidianas, sin requerir altas temperaturas ni el uso de productos químicos agresivos.
Difundido el 26 de noviembre de 2025, el trabajo representa un paso significativo en la búsqueda de soluciones para la gestión global de los residuos plásticos. El proyecto está dirigido por Yuwei Gu, profesor asistente del Departamento de Química y Biología Química de Rutgers.
La estrategia consiste en incorporar pequeños grupos funcionales dentro de la estructura del polímero, diseñados para facilitar la ruptura de los enlaces químicos cuando se activa el proceso de degradación. Durante su etapa de uso, el material se comporta como un plástico convencional, conservando sus propiedades mecánicas.
Según explicó Gu, “la biología utiliza polímeros en todas partes -como proteínas, ADN, ARN o celulosa-, pero la naturaleza no enfrenta los problemas de acumulación a largo plazo que vemos con los plásticos sintéticos”. Esa observación fue el punto de partida para adaptar principios de los polímeros naturales al diseño de nuevos materiales plásticos de uso industrial.
Inspiración biológica para enfrentar la acumulación de plástico
El eje central de este desarrollo se apoya en la imitación de los polímeros naturales. En la naturaleza, materiales como las proteínas o el ADN cumplen funciones específicas y luego se degradan sin generar residuos persistentes. El plástico sintético, en cambio, carece de mecanismos internos que faciliten su descomposición una vez finalizada su vida útil.
A partir de esta observación, el equipo de la Universidad de Rutgers identificó que los polímeros biológicos incorporan determinadas estructuras químicas que actúan como “facilitadores”, debilitando enlaces concretos cuando comienza el proceso de degradación. Al trasladar este principio al diseño de plásticos sintéticos, los investigadores lograron que el material pueda fragmentarse miles de veces más rápido que los plásticos convencionales, aunque únicamente cuando el proceso es activado de manera deliberada.
Es importante destacar que esta innovación no altera el desempeño cotidiano del material. La resistencia mecánica y la estabilidad química del plástico se mantienen intactas durante su uso, y solo se modifican cuando se alcanzan las condiciones programadas para su degradación. De este modo, se supera uno de los principales límites de los materiales biodegradables actuales: la pérdida de funcionalidad durante su vida útil.
Una vida útil programable
Uno de los avances más relevantes del estudio es la posibilidad de ajustar con precisión el tiempo de descomposición del plástico. Los resultados muestran que, mediante el control de la orientación y la ubicación de los grupos funcionales dentro del polímero, es posible definir si el material se degrada en cuestión de días, meses o incluso años.
“Al controlar su orientación y ubicación, podemos diseñar el mismo plástico para que se descomponga en días, meses o incluso años”, explicó Yuwei Gu. Esta capacidad de personalización amplía de manera significativa el abanico de aplicaciones potenciales.
Entre los usos que evalúa el equipo se incluyen envases de comida rápida con ciclos de vida muy cortos, componentes de automoción que requieren mayor durabilidad, sistemas para la liberación controlada de medicamentos y recubrimientos industriales inteligentes. El proceso de degradación, además, puede activarse mediante radiación ultravioleta o iones metálicos, lo que aporta un nivel adicional de control sobre el material.
Desafíos antes de su aplicación industrial
Pese a los resultados alentadores obtenidos en laboratorio, los investigadores advierten que aún existen desafíos antes de una implementación comercial a gran escala. Las pruebas iniciales indican que los líquidos generados durante la degradación no presentan toxicidad, aunque serán necesarios estudios adicionales para evaluar su seguridad a largo plazo en distintos entornos.
Otro punto en análisis es el comportamiento del material en ausencia de luz, una condición frecuente en vertederos o suelos enterrados. En paralelo, el equipo trabaja en adaptar esta tecnología a los procesos industriales existentes y en evaluar con mayor detalle el impacto ambiental de los fragmentos resultantes.
La meta final del proyecto es que el plástico pueda desaparecer una vez cumplida su función, reduciendo de manera significativa su acumulación y su impacto ambiental a largo plazo.