La crisis climática está amplificando la intensidad de las tormentas conocidas como nor’easters, fenómenos meteorológicos extremos que a menudo afectan la costa este de Estados Unidos con lluvias intensas, fuertes vientos y, en muchos casos, consecuencias mortales. Así lo revela un nuevo estudio publicado este lunes 14 de julio en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences.
Los efectos de la próxima «Tormenta del Siglo»
Estas tormentas representan una seria amenaza para las ciudades más densamente pobladas del litoral atlántico. En los últimos años, algunas han sido tan potentes que se han ganado nombres populares como “Snowmageddon”, reflejando su impacto devastador.
Los nor’easters se desarrollan principalmente entre septiembre y abril -el otoño y el invierno del hemisferio norte- y se forman por el choque de masas de aire: el aire frío del Ártico se encuentra con el aire cálido y húmedo del Atlántico. Este contraste es clave para su formación, y según expertos citados por CNN, el calentamiento global está exacerbando estas condiciones, haciendo que las tormentas sean más frecuentes e intensas.
“Tormenta del Siglo”: lo que revela un nuevo estudio sobre los nor’easters
En marzo de 1993, una feroz tormenta invernal azotó la costa este de Estados Unidos con vientos de más de 160 km/h y más de un metro y medio de nieve. Fue conocida como la “Tormenta del Siglo” y dejó un saldo trágico de más de 200 muertos, además de enormes daños económicos. Años más tarde, en 2010, otra gran tormenta -bautizada informalmente como Snowmageddon- provocó intensas nevadas en Pensilvania, Maryland, Virginia y Virginia Occidental, dejando sin electricidad a cientos de miles de personas y causando al menos 41 muertes.
Durante esa tormenta, el científico climático Michael Mann, de la Universidad de Pensilvania, quedó varado durante tres días en un hotel de Filadelfia. Esa experiencia personal despertó una pregunta que lo acompañó durante años: ¿cómo afecta el calentamiento global la intensidad de estas tormentas?
Quince años después, Mann lideró un nuevo estudio que intenta dar respuestas. Partió de un consenso ampliamente aceptado: a medida que el planeta se calienta, la cantidad de nor’easters (tormentas propias de la costa este que combinan aire frío y húmedo con vientos intensos del noreste) podría disminuir. Esto se debe a que el Ártico se está calentando más rápido que otras regiones, reduciendo el contraste térmico que alimenta estas tormentas.
Pero lo que más interesaba a Mann no era la frecuencia, sino la intensidad. Para investigarlo, el equipo analizó datos históricos de 900 tormentas ocurridas entre 1940 y 2025, utilizando un algoritmo de seguimiento de ciclones. Con esa información, construyeron un atlas digital de nor’easters y detectaron una tendencia clara: la velocidad máxima del viento en las tormentas más intensas aumentó un 6% desde 1940.
Aunque ese porcentaje puede parecer bajo, su impacto es considerable. “Un incremento del 6% en la velocidad del viento se traduce en un 20% más de potencial destructivo”, explicó Mann. Además, el estudio revela que las tasas de lluvia y nieve también crecieron alrededor de un 10%.
Según el investigador, este aumento en la intensidad responde a una cuestión básica de física: océanos y atmósfera más cálidos generan más evaporación, lo que aporta mayor humedad al aire, y esa humedad extra se transforma en lluvias o nevadas más intensas.
Comprender cómo evolucionarán estos fenómenos en un planeta más cálido es fundamental, especialmente por el nivel de daño que pueden causar. Mann también advirtió que el riesgo de inundaciones en muchas ciudades costeras podría estar siendo subestimado. “Los nor’easters han sido descuidados, y esa falta de atención contribuye a un aumento del riesgo costero que no estamos abordando lo suficiente”, concluyó.