La presencia de microplásticos en ríos, océanos y sistemas acuáticos urbanos se ha transformado en un factor decisivo en la expansión de bacterias patógenas y resistentes a antibióticos, advierten especialistas. Estos diminutos fragmentos -menores a cinco milímetros y presentes en casi todos los ecosistemas del planeta- funcionan como plataformas donde los microorganismos pueden fijarse, crecer y dispersarse, generando nuevos desafíos para la salud pública y la gestión ambiental.
Un equipo internacional examinó este fenómeno en un estudio publicado en Environment International, donde analizaron la capacidad de los microplásticos para favorecer la colonización bacteriana y la aparición de genes de resistencia en distintos escenarios: desde aguas hospitalarias altamente contaminadas hasta ambientes marinos.
Una vía inesperada para la propagación de resistencia antimicrobiana
La resistencia a los antimicrobianos es uno de los mayores riesgos sanitarios actuales, ya que convierte infecciones antes controlables en cuadros difíciles de tratar. El estudio muestra que los microplásticos actúan como vehículos que no solo transportan bacterias resistentes, sino también los genes que potencian esa resistencia. Estos pueden transferirse entre microorganismos del ambiente e incluso llegar a bacterias con capacidad de infectar animales y seres humanos.
Su reducido tamaño y flotabilidad les permiten desplazarse a grandes distancias, trasladando patógenos desde zonas altamente contaminadas hacia áreas donde la presencia de estas bacterias parecía improbable. Además, pueden ser ingeridos por peces, moluscos, aves y otros organismos acuáticos que luego ingresan en la cadena alimentaria humana, o entrar en contacto directo con personas en actividades recreativas o en tareas de limpieza de playas.
Los investigadores identificaron más de un centenar de genes asociados a la resistencia antimicrobiana en las biopelículas que crecen sobre microplásticos, una cifra considerablemente mayor que la hallada en partículas de madera o vidrio. El poliestireno y los nurdles -pequeños pellets de polietileno de alta densidad usados como materia prima industrial- resultaron los materiales más propensos a alojar estos genes, debido a su capacidad para retener compuestos presentes en el agua y facilitar la formación de biofilms. Estas capas protectoras favorecen la supervivencia de las bacterias y el intercambio genético entre ellas.
El estudio también reveló variaciones en la abundancia de patógenos a lo largo del curso del agua. Mientras ciertos grupos disminuían lejos de la fuente hospitalaria, otros -como Chlamydiia, Flavobacteriia y Sphingobacteriia– aumentaban aguas abajo y en muestras marinas, especialmente cuando estaban adheridos a plásticos. Los sustratos naturales, en cambio, mostraron menor diversidad y abundancia de genes de resistencia.
Cómo se analizó la contaminación por microplásticos
Para comprender mejor estos procesos, los investigadores desarrollaron una estructura experimental que permitió incubar cinco tipos de partículas -bio-beads, nurdles, poliestireno, madera y vidrio- en cuatro entornos: aguas residuales hospitalarias, un tramo fluvial aguas arriba, un muelle aguas abajo y una boya marina. Todas las muestras fueron manipuladas en condiciones estériles y permanecieron sumergidas durante dos meses.
Tras el período de incubación, las partículas y el agua asociada fueron recolectadas para extraer material genético y analizar la composición bacteriana mediante técnicas de secuenciación avanzada. La comparación entre sustratos y ubicaciones permitió diferenciar qué factores dependían del tipo de material y cuáles respondían al entorno.
Los resultados mostraron que los microplásticos -especialmente poliestireno y HDPE- representan un mayor riesgo debido a su capacidad para hospedar bacterias resistentes. Por ello, los autores recomiendan intensificar el monitoreo de estos materiales en ambientes acuáticos.
Un desafío creciente para ecosistemas y salud pública
El trabajo advierte sobre el rol de los microplásticos como portadores de patógenos y bacterias resistentes, un aspecto crítico en zonas de pesca y acuicultura, donde organismos filtradores pueden ingerir partículas colonizadas. También señalan implicancias para espacios recreativos, donde el contacto humano con plásticos contaminados podría facilitar la exposición a agentes infecciosos.
Entre las recomendaciones, los expertos instan a revisar prácticas de gestión de residuos, reforzar el seguimiento de microplásticos y mejorar la protección de voluntarios que participan en limpiezas costeras. “Cualquier persona que manipule plásticos encontrados en playas debería usar guantes y lavarse las manos”, subraya la investigadora Emily M. Stevenson.
Para la profesora Pennie Lindeque, los microplásticos “pueden actuar como portadores de bacterias resistentes, favoreciendo su supervivencia y propagación”, mientras que la microbióloga Aimee K. Murray enfatiza que estos fragmentos “no solo son un problema ambiental, sino un vehículo potencial para la expansión de la resistencia antimicrobiana”.
Los especialistas coinciden en que se necesitan más estudios y estrategias integrales para mitigar la proliferación de genes de resistencia y patógenos en sistemas acuáticos, un reto creciente en un planeta cada vez más inundado de plástico.