Desde hace décadas, científicos y expertos intensificaron la búsqueda de fuentes de energía que sean seguras y no contaminantes, una urgencia que no hizo más que aumentar con el tiempo. Aunque el interés por estas alternativas existía desde antes, fue con la creciente aceptación del cambio climático causado por la actividad humana cuando esta necesidad cobró verdadera relevancia.
La capacidad del dióxido de carbono para retener calor y contribuir al calentamiento del planeta se conoce desde el siglo XIX. Sin embargo, no fue hasta 1938 cuando Guy Callendar -ingeniero británico y meteorólogo aficionado- estableció una conexión directa entre este fenómeno y el uso de combustibles fósiles por parte del ser humano.
Callendar observó que la temperatura global había subido durante las cinco décadas anteriores, y planteó que esa tendencia estaba relacionada con las emisiones derivadas de hornos, fábricas y vehículos. Sus conclusiones, como era de esperar, no fueron bien recibidas. Incluso hoy, muchas personas siguen negando esta realidad. En su tiempo, la comunidad científica lo consideró un intruso. Sin embargo, sus teorías resultaron ser acertadas, y lo que inicialmente se conoció como el “Efecto Callendar” es hoy ampliamente identificado como cambio climático.
El avance de las energías renovables
Actualmente, las energías renovables ganaron terreno como alternativas viables. La eólica, la solar, la geotérmica y la hidroeléctrica son las más utilizadas. Si bien no generan contaminación directa como los combustibles fósiles, tampoco están exentas de impactos ambientales. Todas tienen ventajas frente a las fuentes tradicionales, pero también presentan inconvenientes. Las turbinas eólicas afectan a aves y murciélagos (e incluso a fauna marina si se instalan en el mar); los parques solares pueden destruir hábitats naturales; la energía geotérmica puede emitir ciertos contaminantes dependiendo del tipo de planta; y las hidroeléctricas alteran significativamente los ecosistemas fluviales. Aun con estos desafíos, siguen siendo opciones mucho menos perjudiciales que los combustibles fósiles.
Investigadores del Instituto Fraunhofer para Gestión y Tecnología de Sistemas de Energía (Fraunhofer IEE), en Alemania, presentaron una propuesta innovadora para superar las limitaciones de la energía hidroeléctrica tradicional. Su proyecto, llamado StEnSea (abreviatura en inglés de «Energía Almacenada en el Mar»), combina simplicidad con ingenio: grandes esferas huecas de cemento sumergidas a gran profundidad en el océano. El concepto demostró tanto potencial que ya se está desarrollando un prototipo a gran escala frente a la costa de California.
Cómo funciona el avance de los investigadores alemanes
El funcionamiento es sencillo: se colocan esferas de cemento con turbinas y válvulas integradas en su interior a varios cientos de metros bajo el nivel del mar. Cuando hay excedente de electricidad, se utiliza esa energía para bombear el agua fuera de las esferas, generando una especie de vacío en su interior. Luego, cuando se necesita liberar esa energía, se abren las válvulas y la presión del agua circundante hace que esta fluya rápidamente hacia dentro, activando las turbinas y generando electricidad.
Cada esfera tiene una vida útil estimada de entre 50 y 60 años, aunque algunos componentes requieren ser reemplazados aproximadamente cada dos décadas. La viabilidad del sistema ya fue demostrada en un ensayo piloto en el lago Constanza (Alemania), donde se usaron esferas de tres metros de diámetro. Tras el éxito inicial, los investigadores avanzaron hacia un modelo más ambicioso: para 2026, se planea instalar una esfera de nueve metros de diámetro y 400 toneladas de peso a una profundidad de entre 500 y 600 metros frente a la costa californiana. Esta unidad será capaz de almacenar 400 kWh, suficiente para abastecer un hogar promedio durante varias semanas. A largo plazo, el objetivo es construir esferas de hasta 30 metros y desplegarlas en campos submarinos alrededor del mundo.
Esta tecnología se perfila como una alternativa más respetuosa con el medio ambiente en comparación con las presas hidroeléctricas convencionales, que suelen ser criticadas por su impacto sobre los ecosistemas. Las esferas submarinas, al aprovechar el fondo marino, ofrecen un enorme potencial de expansión sin necesidad de ocupar tierras habitadas, lo que también podría reducir la resistencia social al proyecto.
Según Bernhard Ernst, del Fraunhofer IEE, esta forma de almacenamiento energético podría desempeñar un papel clave en el futuro de la transición energética global, especialmente como complemento a la creciente producción de energías renovables. Todo con una solución tan simple como poderosa: una esfera de cemento en el fondo del mar.