Pequeño, dorado, más rico en calcio que el trigo y capaz de resistir la sequía: así es el fonio, un cereal milenario que lleva más de 5000 años cultivándose en el oeste de África. Sin embargo, fuera de esa región, pasó desapercibido hasta ahora.
Este grano ancestral, originario del Sahel -una zona semiárida que se extiende entre el desierto del Sahara y las sabanas africanas-, está ganando protagonismo como posible respuesta a dos de los mayores desafíos globales: el cambio climático y la inseguridad alimentaria. Curiosamente, uno de sus principales defensores no proviene del mundo gastronómico ni agrícola, sino de la tecnología: Bill Gates.
En una publicación reciente en su blog personal, Gates Notes, el fundador de Microsoft compartió que incorporó el fonio a su dieta. Y no solo por sus propiedades nutricionales. Según escribió, este cereal contribuye a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y podría jugar un papel clave en la lucha contra la desnutrición.
Emparentado con el mijo, pero más fino y de cocción rápida, el fonio tiene una textura similar al cuscús y un sabor que recuerda a los frutos secos. Su valor nutricional es destacado: contiene hierro, zinc, magnesio, fibra, vitaminas del grupo B, antioxidantes e incluso vitamina C, algo poco común en los cereales. Además, no contiene gluten y tiene un bajo índice glucémico, lo que lo hace ideal para personas con celiaquía o diabetes.
Aunque todavía no es ampliamente conocido fuera de África Occidental, el fonio destaca por su increíble versatilidad en la cocina. Con su textura suave y su sabor a nuez, se adapta tanto a platos dulces como salados. Se puede preparar como papilla caliente para el desayuno, combinando frutas y miel; emplearse en ensaladas al estilo del cuscús o la quinoa; o servir de acompañante para guisos y carnes, como si fuera arroz.
Además, puede ser molido para producir harina sin gluten, perfecta para panes, galletas o pasteles. Incluso se puede tostar y añadir a yogures o batidos para incrementar el contenido de fibra. En el oeste africano, es un ingrediente clave en platos tradicionales como el jollof o el fonio pilaf, gracias a su capacidad para absorber especias y caldos con facilidad.
Pero sus beneficios no se limitan a la cocina. El fonio es uno de los cultivos más resistentes al cambio climático: no necesita fertilizantes ni pesticidas, crece en suelos degradados y requiere poca agua. En tiempos de sequía y crisis agrícola global, esto lo convierte en una alternativa valiosa.
A pesar de su larga historia, el fonio aún no logró una penetración significativa en los mercados internacionales. Uno de los principales desafíos es tecnológico: el grano está cubierto por una cáscara dura que debe ser retirada manualmente o con morteros, lo que encarece su procesamiento a nivel industrial. Sin embargo, este panorama podría cambiar.
Con el apoyo de figuras como Bill Gates y otras personas influidas por el interés en los superalimentos sostenibles, el fonio tiene el potencial de seguir el mismo camino que la quinoa, que entre 2012 y 2014 experimentó un notable aumento en sus exportaciones hacia Europa y Estados Unidos tras siglos de uso limitado a los Andes. Además, el contexto global favorece su expansión: la guerra en Ucrania, que afectó las exportaciones de trigo, ha abierto la puerta a explorar cultivos alternativos.
Históricamente considerado un «alimento de pobres», el fonio comienza a ser visto como un tesoro escondido de la agricultura africana. Pero, mientras se exploran modelos de desarrollo sostenible para el futuro, surge un dilema ético que ya se planteó con otros superalimentos: ¿Cómo evitar que el éxito comercial de estos cultivos desplace a las comunidades que los cultivaron durante generaciones?
Por ahora, la semilla del fonio está sembrada. El verdadero desafío será cosechar un sistema alimentario más justo, sostenible y global, sin repetir los errores del pasado.