Resumir un siglo de historia nunca es sencillo. Hacerlo sobre una marca tan emblemática como LEGO, todavía menos. Lo que muchos quizás no sepan es que el corazón de esta compañía global, adorada por millones, late en un pequeño pueblo danés de apenas 7.000 habitantes. Billund, un rincón verde y lluvioso, se transformó por completo gracias a los ladrillos más famosos del mundo. Allí, entre colores y formas, también resuenan otras piezas universales -y mucho más humanas-: las risas de los niños, y de los adultos, que llegan en busca de construir sus propios sueños.
Aunque hoy LEGO Group emplea a más de 31.000 personas, sigue siendo una empresa familiar. Su historia comenzó cuando Ole Kirk Christiansen llegó a Billund en 1916, con poco más de 20 años, y compró un pequeño taller de carpintería que poco tenía que ver con los juguetes. Las dificultades económicas de la época lo empujaron a reinventarse, y hacia mediados de los años 30 ya fabricaba patos, autos y caballitos de madera.
La esencia creativa de Ole -esa que aún atraviesa a las cuatro generaciones que han liderado la empresa- quedó reflejada en una de sus primeras anécdotas: los yoyós que hacía para los chicos del pueblo. Cuando ya nadie quiso comprarlos, decidió convertirlos en ruedas para carritos. De esa simpleza nació una filosofía que define a LEGO hasta hoy: desmontar para crear algo nuevo.
Incluso el nombre lleva su sello. LEGO proviene de la contracción de leg godt, que en danés significa “juega bien”. Una feliz coincidencia quiso que en latín se traduzca como “yo ensamblo”.
La transición de la madera al plástico fue otro punto clave en la historia de la marca. Como explicó la historiadora Signe Wiese -una apasionada narradora de los orígenes del grupo-, el cambio fue tan natural como necesario: el mundo avanzaba, y LEGO debía hacerlo con él. Así, en la década de 1940 la empresa adquirió su primera máquina de moldeo por inyección de plástico.
El legado continuó con uno de los hijos de Ole, quien decidió enfocar la producción en fichas encajables de plástico -hechas de acetato de celulosa- para construir ciudades y todo lo que la imaginación permitiera. Aquellos primeros ladrillos no emitían aún el icónico “clic” que hoy los caracteriza; ese sonido llegó con la patente del sistema de tubos en 1958. Desde entonces, hay algo que también sigue intacto: la compatibilidad. Las piezas creadas hace más de seis décadas encajan perfectamente con las actuales.
En este rápido recorrido por la historia de una de las compañías más influyentes del planeta -que incluso ha sido considerada la marca más poderosa del mundo, superando a íconos como Ferrari-, resulta inevitable hacerse una pregunta: más allá de su lema “juega bien” y de la alegría que inspira en millones de chicos, ¿cómo enfrenta LEGO el desafío de su propia huella en el planeta?
El desafío de ser sostenible cuando tu imperio está hecho de plástico
No es ningún secreto: LEGO Group fabrica, ante todo, plástico. En formas encantadoras y colores vibrantes, sí, pero plástico al fin. Desde 1963, los icónicos ladrillos -y la mayoría de sus piezas- se producen con ABS (acrilonitrilo butadieno estireno), un material sumamente resistente que garantiza el famoso clutch power, ese encaje perfecto que los distingue, aunque derivado de fuentes fósiles.
Para dimensionar el impacto, basta mirar las cifras. En su planta de Billund, que opera las 24 horas del día y solo detiene su actividad dos veces al año, la compañía produce entre una y 210 piezas cada 30 segundos. En total, más de 330 millones de unidades anuales salen de este pequeño pueblo danés. Y eso es solo una parte: LEGO cuenta con otras cinco fábricas en República Checa, Hungría, México, China y Vietnam, además de una nueva en construcción en Virginia (Estados Unidos).
Las estadísticas impresionan aún más cuando se trata de sus célebres minifiguras: desde 1978 se han fabricado más de 10.000 millones, lo que, en tono de humor, convierte a este diminuto “pueblo” en uno de los más poblados del planeta. A eso se suman más de 10.000 sets distintos creados a lo largo de su historia, todos preservados en The Vault (“La Bóveda”), un archivo en Billund que guarda cada modelo diseñado y empaquetado por LEGO Group. Un espacio que puede parecer melancólico -miles de juguetes que nunca fueron jugados-, pero que es también un templo para los amantes de la marca.
Sin embargo, este coloso de piezas coloridas enfrenta un dilema: vivimos un momento en el que la industria entera busca reducir el uso del plástico, y volver a la madera -aunque romántico- ya no es una opción viable. LEGO necesita reinventarse sin perder su esencia.
Desde 2015, la empresa trabaja a fondo para lograrlo. Su meta es clara: transformar sus procesos y materiales para hacerlos más sostenibles. No es tarea sencilla. Han probado más de 600 alternativas y, aunque aún no hallaron el material perfecto, han dado pasos significativos en toda la cadena de producción.
Un ejemplo: más del 50% de los envases -esas pequeñas bolsitas que contienen las piezas- ya se fabrican con materiales reciclables. Además, hay un detalle lúdico que celebran dentro de la compañía: el nuevo empaque opaco hace que el contenido sea una sorpresa hasta el momento de abrirlo, agregando emoción al proceso.