En 1901, el gobierno estatal de Australia tomó una decisión inédita: levantar en pleno desierto una valla destinada a frenar el avance de los conejos que migraban desde el este hacia las zonas agrícolas del oeste. Lo que no imaginaron entonces es que aquella obra terminaría convirtiéndose en la barrera más larga del mundo.
Australia Occidental enfrentaba a un enemigo pequeño pero devastador. Los conejos europeos, introducidos décadas antes para la caza deportiva, se habían propagado sin control por gran parte del continente. Lo que empezó como una respuesta práctica a una crisis ambiental derivó en la construcción de una línea metálica gigantesca para proteger la producción lanera y cerealera, clave para la economía regional de la época.
La obra avanzó por etapas. Primero se levantó la valla número uno, la famosa Rabbit-Proof Fence, que cruza el país de norte a sur atravesando desiertos, bosques y llanuras. Más tarde se sumaron dos vallas adicionales para reforzar puntos débiles y evitar filtraciones. En total, el sistema superó los 3.200 kilómetros: una verdadera columna vertebral de alambre que dividió el paisaje australiano.
Construirla fue una hazaña. Los equipos trabajaban a pie o a caballo bajo temperaturas extremas, clavando postes en suelos pedregosos o arenosos y desplegando rollos de alambre interminables. Cada tramo debía quedar ajustado al ras del suelo para impedir que los conejos cavaran por debajo. Aun así, los animales encontraban formas de sortear la barrera, aprovechando huecos provocados por tormentas o por especies nativas.
¿Sirvió realmente esta valla única en el mundo?
Aunque no resolvió el problema de manera definitiva, sí logró ralentizar la expansión de la plaga hacia el oeste, permitió organizar estrategias de control y dio margen para implementar otras medidas, desde trampas hasta -décadas más tarde- el uso de herramientas biológicas como el virus mixoma.
Con el paso del tiempo, muchos tramos quedaron abandonados, pero otros aún se mantienen activos. Más allá de su función original, la Rabbit-Proof Fence se transformó en un símbolo cultural: aparece en museos, estudios ambientales, obras literarias e incluso en relatos que vinculan su historia con las vivencias de comunidades indígenas afectadas por las políticas de la época.