«Estaba comiendo una milanesa, le vi las venas y pensé: esto es un animal. No quiero comer más», recuerda Lucía Mariño. Tenía apenas diez años cuando decidió dejar la carne. Años más tarde, esa convicción se transformó en Un Rincón Vegano (URV), la empresa familiar que fundó en 2015 para crear el primer alfajor vegano del país y construir una red de distribución solidaria pensada para dar trabajo a quienes más lo necesitan.
Mariño nació en Plátanos, partido de Berazategui, y mientras estudiaba Escenografía en la Universidad Nacional de La Plata, empezó a cocinar snacks porque no encontraba opciones para su dieta vegana. «Por entonces, casi no se hablaba del veganismo y en los kioscos o dietéticas había pocas opciones y poco sabrosas», cuenta.
Empezó haciendo medialunas y tartas. Con la ayuda de su mamá, vendía lo que horneaba en ferias. «Una sola dietética de CABA me aceptó el producto. Las llevábamos en carrito, en tren. El resto me respondía que ese tipo de productos no se vendía».
«Entonces probé con muchos productos, finalmente el alfajor fue el que tuvo mejor aceptación. Es que es lo más argentino de todo. Pensé que si lograba que tuviera el mismo sabor que el tradicional, iba a funcionar», cuenta. Y funcionó. Tanto que, al poco tiempo, la cocina familiar quedó chica y tuvieron que ampliarse.
Un proyecto que comenzó con una inversión de $300
«Hacíamos unos 100 alfajores por día. Era mucho trabajo, todo a mano. Llegaban los albañiles a la madrugada y con mi mamá seguíamos desde la noche envasando alfajores», recuerda. Hoy, con la ayuda de algunas máquinas, pero sin perder el toque artesanal, producen más de 100.000 unidades por mes y llena 20 pallets semanales de galletitas. Cada alfajor cuesta alrededor de $1.500 y su planta —construida al lado de la casa familiar— está habilitada por las autoridades sanitarias con su certificación RNE y por la FDA de Estados Unidos-.
«No recibí apoyo del municipio ni bancos. Fue todo a pulmón, con ahorros familiares. La inversión inicial fueron unos $300 que mi papá puso para comprar el primer kilo de chocolate vegano. Después, la primera máquina, una bañadora, que costó alrededor de $500.000″, calcula.
Aunque Lucía fue la ideóloga de este emprendimiento, la estructura es bien familiar: su madre María del Carmen, su padre Guillermo y su novio, Nicolás. Cada uno cumple un rol clave. «Mi papá se encarga de las máquinas, mi novio y mi mamá están en producción. Yo desarrollo productos, hago los diseños, las tablas nutricionales y los análisis. Todo eso lo hice —y lo sigo haciendo— yo.»
Hoy, además del núcleo familiar, trabaja con un equipo de marketing externo integrado solo por mujeres, con quienes encontró la sensibilidad necesaria para URV.
Alfajor vegano y solidario
UNR no solo fue pionero en el rubro, sino que se mantuvo fiel a su ética. «Mi fábrica es vegana. Yo no lo hago por moda ni para lucrar, sino por principios. Ahora hay marcas que sacaron su versión vegana, pero es un producto más, entre otros; una estrategia de marketing. Yo crecí con esto, hago solo productos veganos y responden a una ética», enfatiza Lucía.
El primer alfajor que Mariño lanzó era relleno de membrillo y tenía merengue de agua de los garbanzos. Hoy URV ofrece 12 sabores de alfajores y una amplia variedad de galletitas, desde Pepas hasta Bananitas de chocolate y, todas, «buscan reproducir los sabores tradicionales, pero sin ingredientes de origen animal». Para confirmar que iba en el camino correcto, hasta hizo un experimento: salió a la calle y le dio a probar a la gente un alfajor común y uno vegano y les pidió que identificaran cuál es cuál. Casi nadie notó la diferencia.
En pocas semanas lanzará una nueva línea de productos proteicos y sin azúcar. «Estoy muy contenta. El nuevo alfajor tendrá 18 gramos de proteína vegetal (de arvejas), es bajo en azúcar y sin octógonos», anticipa. Por ahora no elabora productos sin gluten, ya que debería contar con una planta exclusiva para evitar la contaminación cruzada.
Los productos se comercializan en dietéticas de todo el país a través de una red de 10 distribuidores que también responde a una lógica solidaria. «Siempre busqué gente que realmente necesitara trabajar. Que tuviera ganas, que lo necesitara para sobrevivir. Muchos empezaron sin nada y hoy tienen distribuidoras propias gracias a los alfajores», cuenta.
Esa decisión de incluir y empoderar se vuelve aún más relevante si se tiene en cuenta otro dato: hace dos años, Mariño empezó a buscar respuestas a algunas dificultades sociales que tenía y le diagnosticaron autismo. «Intento soltarme cada vez más, pero me cuesta hablar por teléfono o dar entrevistas. Al principio, ni siquiera podía salir a ofrecer mis productos. Le pedía a una amiga que hablara por mí», dice con honestidad.
Desde entonces, se propuso superar sus límites sin dejar de ser fiel a sí misma. «Aunque con lo social me bloqueo, lo bueno es que también soy muy metódica. Me obsesiono mucho con las cosas y hasta no lograr lo que quiero, no paro».
Por ejemplo, en 2023 intentó exportar por primera vez y aunque la experiencia no fue buena, ya prepara un nuevo intento. Y hasta no llenar el mundo de alfajores veganos, no piensa parar.
«Mandamos productos a Estados Unidos, un mercado enorme, pero no nos fue bien por trabas locales y problemas con el tipo de cambio. Pero la experiencia me sirvió para aprender muchísimas cosas. Entre ellas tener que rever la propia marca porque les costaba pronunciar la «ere» de rincón».
Por eso, creó una nueva marca para el consumidor norteamericano: Miss Lucy. «Ya estuve un mes allá investigando el mercado. Hice una galletita con chips de chocolate que tuvo muy buena recepción. Sé que va a llevar tiempo, pero mi sueño es que los alfajores lleguen no solamente a Estados Unidos, quiero llegar a todo el mundo».
La historia de Lucía Mariño no es solo la de una emprendedora que encontró un nicho antes que nadie. Lo que empezó como una elección que bien podría haberse tomado por un capricho infantil, se convirtió en una filosofía de vida que hoy atraviesa todo lo que hace: desde su alimentación hasta cada alfajor vegano que sale de su fábrica. Que, como ella dice, «Un Rincón Vegano es igual de rico que cualquiera. Solo que no conlleva sufrimiento».
Fuente: iProfesional