Por años, la imagen de una obra en construcción estuvo asociada al polvo, el ruido, los retrasos y los sobrecostos. Sin embargo, un nuevo paradigma está cambiando esa percepción: la construcción modular, un sistema que permite fabricar secciones completas de una vivienda en un entorno industrial controlado, para luego ensamblarlas en el terreno en apenas unos días.
La promesa es ambiciosa: acortar los tiempos de obra hasta un 40 % en comparación con los métodos tradicionales, al mismo tiempo que se reduce el impacto ambiental y se optimiza el uso de materiales.
Un cambio en el modo de construir
A diferencia de la construcción convencional, donde cada etapa se realiza en el propio sitio -desde la nivelación del terreno hasta el levantamiento de muros y techos-, la construcción modular traslada gran parte del proceso a una fábrica. Allí, bajo condiciones climáticas estables y con equipos especializados, se fabrican los módulos estructurales, las instalaciones eléctricas y sanitarias, e incluso los acabados interiores.
“Trabajar en planta nos permite mantener un control de calidad constante, reducir errores y avanzar en paralelo con las tareas del terreno”, explica Lucía Galván, arquitecta y directora técnica de ModuHaus, una empresa argentina dedicada a la vivienda industrializada. “Mientras se preparan los cimientos en el lote, en la fábrica ya se están construyendo las paredes, el techo y los módulos del baño o la cocina. Cuando todo llega al lugar, solo se ensambla, y en una semana la casa puede estar lista para habitarse”, agrega.
Este proceso simultáneo es una de las claves del ahorro de tiempo. Mientras una obra tradicional depende del clima, la disponibilidad de materiales y la coordinación de distintos oficios, el sistema modular funciona como una línea de producción continua.
De la fábrica al terreno
Los módulos se construyen sobre estructuras de acero o madera laminada, dependiendo del diseño y del destino de la vivienda. Una vez terminados, se transportan al sitio de instalación mediante camiones y se montan con grúas, en un proceso que puede completarse en cuestión de horas.
En el lugar, los módulos se conectan entre sí mediante juntas selladas y sistemas de encastre que garantizan aislamiento térmico, acústico y estructural. Luego se realizan las conexiones finales de agua, electricidad y gas.
El resultado final no tiene nada que envidiarle a una casa tradicional. De hecho, muchos proyectos modulares alcanzan estándares de eficiencia energética superiores gracias al uso de materiales aislantes, carpinterías de alta prestación y sistemas de energía renovable integrados.
“Hoy una casa modular puede ser idéntica a una convencional en estética y confort, pero con la ventaja de que el proceso constructivo es mucho más limpio y previsible”, destaca Federico Lemus, ingeniero civil y especialista en gestión de proyectos. “Y al trabajar con estructuras precisas, se reduce el desperdicio de material hasta en un 60 %, lo que también representa un ahorro ambiental y económico”, agrega.
Tecnología y precisión industrial
El auge de la construcción modular no se explica solo por la rapidez, sino también por el salto tecnológico que representa. Las empresas del sector están adoptando herramientas digitales como el Building Information Modeling (BIM), que permite diseñar y coordinar cada parte de la obra en modelos tridimensionales antes de fabricar los componentes.
Esto minimiza errores de montaje y facilita la detección temprana de conflictos entre instalaciones. Además, algunos fabricantes integran impresoras 3D para la creación de piezas personalizadas o elementos decorativos, y utilizan robots de ensamblaje que aumentan la precisión del trabajo.
El resultado es una construcción más eficiente, segura y sostenible. Al realizarse en entornos controlados, se reduce la exposición de los trabajadores a riesgos y se optimizan los consumos de agua y energía durante el proceso.
Un modelo más sustentable
La sostenibilidad es otro de los grandes atractivos de este sistema. Al requerir menos transporte de materiales y generar menos residuos, la huella de carbono se reduce significativamente. Además, los módulos son reutilizables y reciclables, lo que permite desmontar o trasladar una vivienda completa en caso de ser necesario.
“Este tipo de construcción encaja perfectamente con los principios de la economía circular”, afirma Carla Álvarez, investigadora del Instituto de Tecnología de la Construcción del Conicet. “Los componentes pueden recuperarse, adaptarse o reciclarse sin necesidad de demoler. En términos ambientales, eso representa un cambio de paradigma”, añade.
El impacto económico y social
Si bien la inversión inicial puede ser similar o incluso ligeramente superior a la de una obra tradicional, la reducción de los plazos y de los costos indirectos (mano de obra, alquileres temporales, financiación) hace que la vivienda modular resulte más competitiva en el mediano plazo.
A nivel urbano, este tipo de construcciones podría contribuir a reducir el déficit habitacional. Algunos gobiernos locales ya evalúan programas de vivienda social basados en sistemas modulares, que permitirían construir barrios completos en menos tiempo y con un impacto ambiental acotado.
En países como Suecia, Japón y Estados Unidos, el sistema modular representa entre el 10 % y el 20 % del mercado de la construcción residencial. En América Latina, la tendencia está en pleno crecimiento: Chile, México y Uruguay encabezan la adopción regional, y Argentina empieza a seguir el mismo camino.
Desafíos y percepciones
Pese a sus ventajas, la construcción modular todavía enfrenta ciertos prejuicios y desafíos técnicos. Uno de ellos es la percepción de baja calidad asociada a las “casas prefabricadas” del pasado, muchas de las cuales tenían limitaciones estéticas o estructurales.
“Esa idea está cambiando rápidamente”, señala Galván. “Hoy hablamos de viviendas modulares de diseño, con terminaciones de alta gama, eficiencia energética y gran durabilidad. Lo que antes se asociaba con una solución provisoria, hoy puede ser una opción premium”, amplía.
Otro desafío es la logística del transporte: el traslado de los módulos requiere rutas accesibles y grúas especializadas, lo que puede elevar los costos en zonas alejadas. También es necesario adaptar las normativas municipales y los códigos de edificación, que en muchos casos todavía no contemplan este tipo de construcciones industrializadas.
El futuro de la vivienda rápida y sostenible
Con el crecimiento de la urbanización y la urgencia de reducir emisiones, la construcción modular aparece como una respuesta concreta a los desafíos del siglo XXI. Su combinación de velocidad, precisión y sustentabilidad la posiciona como una de las innovaciones más prometedoras del sector.
“Estamos frente a una revolución silenciosa”, resume Lemus. “Así como la industria automotriz cambió para siempre con la línea de montaje, la arquitectura está atravesando su propia transformación. Construir una casa en pocos días ya no es una utopía: es una realidad que pronto será la norma”.
Mientras las fábricas reemplazan los andamios y las grúas se convierten en instrumentos de ensamblaje final, el concepto de “obra” empieza a redefinirse. En lugar de meses de trabajo in situ, la vivienda del futuro podría salir casi lista de una planta industrial. Y con ella, el sueño de tener una casa propia podría estar más cerca… y mucho más rápido.
El rol del INTI en Argentina: respaldo institucional y transferencia tecnológica
Un punto clave para el desarrollo local de la construcción modular es el acompañamiento de organismos tecnológicos estatales. En Argentina, el INTI -Instituto Nacional de Tecnología Industrial- está presente en el ámbito de “construcciones e infraestructura”, promoviendo la transferencia de tecnología, asegurando la calidad de procesos y estándares en materiales y componentes del rubro.
Aunque no siempre se hace público, el INTI actúa como referente en normativas, ensayos de materiales y asesoramiento técnico. En el caso argentino, empresas modulares que buscan certificar paneles, estructuras o materiales aplicables suelen recurrir a laboratorios del INTI para validar resistencia, aislamiento térmico, humedad o durabilidad. Un ejemplo concreto de esto es la empresa Pampa Brava, que fabrica paneles y módulos modulares, y ya destaca que sus productos cuentan con “certificación del INTI”, lo que garantiza estándares de calidad y seguridad (resistencia al agua, a la humedad, integridad material, etc.).
Esa certificación no solo ofrece respaldo técnico, sino que ayuda a reducir la desconfianza local frente a nuevas tecnologías. En un sector tan regulado como la construcción, contar con un sello institucional es un plus que puede acelerar la adopción del modelo modular en municipios e inversores públicos.