En medio de una crisis global por el exceso de residuos plásticos, un equipo de científicos de la Murdoch University desarrolló una alternativa revolucionaria: un bioplástico completamente compostable que se desintegra sin dejar rastros en el ambiente. ¿La clave? Microorganismos nativos de Australia Occidental capaces de transformar desechos orgánicos en un polímero natural conocido como PHB (polihidroxibutirato), que se degrada sin contaminar y puede sustituir al plástico convencional.
Una solución local para un problema global
El desarrollo forma parte del Bioplastics Innovation Hub (BIH), una alianza entre Murdoch University y el CSIRO. Su propuesta no es simplemente copiar bioplásticos ya existentes, sino innovar a partir del potencial de bacterias locales. Estos microbios convierten el carbono excedente en polímeros naturales biodegradables, sin necesidad de cultivos comestibles ni químicos peligrosos.
Esto permite avanzar hacia una economía circular, donde los residuos orgánicos alimentan a los microbios, que a su vez producen nuevos materiales. Luego, esos materiales pueden volver a la tierra como compost, sin generar residuos persistentes como los del plástico tradicional, que tarda siglos en degradarse.
Bioplásticos para envases críticos
Una de las metas del BIH es diseñar recubrimientos compostables para envases de cartón reciclado, especialmente aquellos destinados a alimentos frescos o procesados. Aunque hoy solo ciertos productos pueden prescindir del plástico -como frutas o huevos-, el desafío es crear alternativas seguras para alimentos más delicados como carnes, quesos o comidas preparadas.
En ese sentido, ya se están realizando pruebas piloto junto a productores y supermercados locales, con resultados alentadores: los consumidores están dispuestos a adoptar estos materiales, siempre que la información sobre su uso y disposición final sea clara y accesible.
Uno de los hallazgos más alarmantes del equipo de Murdoch es que los suelos agrícolas pueden contener hasta 23 veces más microplásticos que los océanos. Esto obliga a cambiar el enfoque del problema: no alcanza con limpiar playas o reducir el uso de sorbetes. Es fundamental repensar todo el ciclo del plástico, desde su producción hasta su degradación en tierra firme.
La agricultura, el embalaje y la distribución siguen siendo grandes fuentes de contaminación plástica. Sustituir los materiales tradicionales por bioplásticos realmente compostables es una vía concreta para frenar la acumulación de microplásticos en los ecosistemas terrestres.
Ciencia australiana con impacto internacional
El trabajo del BIH está alineado con el Plan Estatal de Ciencia y Tecnología 2025-2035 de Australia Occidental, que apuesta por el reciclaje, la descarbonización y la protección de la biodiversidad. Pero su proyección va mucho más allá: los métodos desarrollados pueden adaptarse a diferentes regiones del mundo, aprovechando bacterias locales para producir bioplásticos en contextos tropicales, áridos o urbanos.
Además de reducir la huella de transporte, este enfoque genera empleos verdes y estimula la innovación sostenible a nivel local.
Más que tecnología: una oportunidad de transformación
El avance de los bioplásticos no es solo un logro científico, sino también una invitación a rediseñar el sistema productivo desde una lógica regenerativa. Algunas acciones clave para acelerar esta transición incluyen:
- Integrar bioplásticos compostables en toda la cadena agroalimentaria.
- Establecer normativas que exijan compostabilidad real, no solo etiquetas genéricas de «biodegradable».
- Promover programas de compostaje descentralizado en comunidades, escuelas y comercios.
- Fomentar alianzas entre academia, industria y gobierno para escalar tecnologías validadas.
- Educar al consumidor para que pueda identificar, usar y desechar correctamente estos nuevos materiales.
Los bioplásticos comestibles para microbios ofrecen una esperanza tangible frente a la crisis de contaminación: una solución local, viable y escalable para un desafío que afecta al planeta entero.